Nos dice el Diccionario de la Lengua Española que mercantilizar es “convertir en mercantil algo que no lo es de suyo”. Tiene, por tanto, un sentido peyorativo y se ha convertido en una denuncia frecuente en facetas de la vida pública tan sensibles como la sanidad o la educación.
No obstante, a base de utilizar el tema como arma política, la opinión pública ha simplificado el problema de la mercantilización a la alternativa entre prestación pública o privada de un servicio, deslizándose hacia confrontaciones esquemáticas del tipo liberalismo-estatismo, beneficio económico-protección social, ricos-pobres, buenos-malos...
En este sentido, la agencia de opinión ACEPRENSA –de la órbita del Opus Dei– calificaba a Alberto Royo de “antiliberal” en la reseña a “La sociedad gaseosa” por denunciar la mercantilización de la educación (crítica firmada por Fernando Rodríguez-Borlado el 27 de septiembre de 2017).
No defenderé aquí a Alberto porque no lo requiere, pero sí tengo que señalar que la educación se puede convertir en mercancía de muchas maneras. En general, se mercadea con ella cuando el fin no es transmitir conocimiento sino otro, por muy noble que sea.
Podría darse mercantilización en centros privados si el fin es únicamente ganar dinero y para conseguirlo se evalúa al alumnado en función de criterios económicos.
Podría darse mercantilización en centros públicos cuando se baja el nivel académico hasta una ínfima exigencia que no moleste a quien no desea esforzarse. Aquí el fin no es el dinero sino evitar complicarse la vida y, aunque esa comodidad se disfrace de “equidad” y defensa de lo público –camiseta verde incluida–, no deja de ser el blindaje de un estatus.
Podría darse mercantilización en aquellos colegios más interesados en la gloria de las instituciones de las que son imagen pública que en la transmisión de la verdad. En este caso, el fin no es el dinero, ni la comodidad sino la captación de prosélitos que mantengan la maquinaria de la respectiva institución.
En el mundo real, estos supuestos se pueden combinar en diferentes proporciones dando lugar a una panoplia de casos enorme. Evidentemente, no es tarea fácil separar el trigo de la cizaña, pero es responsabilidad tanto de los padres como de la inspección educativa estar atentos a si se promociona el conocimiento, la responsabilidad y la libertad o se busca dinero, estatus o prosélitos.
Gracias, Rafael.
ResponderEliminar¡Hombre! Gracias a ti por pasarte por aquí.
EliminarMuy bien,
ResponderEliminarRafa
Gracias, 'acuario'.
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