domingo, 17 de noviembre de 2019

¿Enseñanza católica?

No fue un abucheo, pero casi” asegura el diario ABC. Tal fue la airada reacción de los 2.000 asistentes al XV Congreso de Escuelas Católicas ante la intervención de Isabel Celaá, ministra de Educación y Formación Profesional. “La multitud –dice ABC– empezó a murmurar y a despegarse del asiento ante lo que acababa de escuchar”: un presunto ataque al derecho de los padres a elegir centro así como educación religiosa.
Puede que la ministra fuera a hacer méritos de cara al próximo gobierno de coalición o no. Ella sabrá. Lo que tengo claro es que los católicos enseñantes no pasarán de revolverse en el asiento y murmurar fingiéndose atacados. Unas notas de prensa. Unos correos electrónicos a sus “bases” mostrando indignación. Y ya. Salvo honrosas excepciones, los derechos de los padres les importan un comino. Lo que les importa es tener los colegios llenos, cobrar aunque estén concertados y seguir viviendo plácidamente.
¿Qué es la "enseñanza católica"? Algunas de las redes de colegios religiosos de España no tienen ni un religioso. Dejaron de tener vocaciones, se murieron los religiosos y ahora no hay nada. ¡Bueno! Sí hay algo. Un valiosísimo patrimonio inmobiliario. Y detrás de él una gestión profesional a cargo de fundaciones o sociedades mercantiles.
Pondré un ejemplo: los colegios marianistas. Más de una docena dependen de la Fundación Educación Marianista Domingo Lázaro. Funciona como una empresa. Lo “católico” es un adjetivo. Están asociados a la Editorial SM (de Santa María), fundada por los marianistas, pero que hoy en día es un negocio. De sus libros hay quien se queja de que no son muy católicos.
A principios de los 90, la Conferencia Episcopal Española creó la Fundación Educación Católica para dar cobertura a esos colegios cuya “marca” religiosa había desaparecido o estaba a punto de hacerlo. En 2004 había asumido 20 centros. Otros se convirtieron en sociedades mercantiles o fueron cedidos a otras congregaciones. “El gran reto –cito a FERE– sigue siendo el mantenimiento del carácter católico en los Centros, no sólo a nivel teórico sino real. En este sentido, se fomenta la formación pastoral de los profesores a través de los cursos organizados por las Congregaciones cedentes y se lleva a la práctica el Plan pastoral con numerosas actividades.” ¿Se puede decir que un centro es católico porque sus profesores sigan cursos de pastoral?
La hojarasca es abundante. Hay páginas web a manojos (escuelas católicas de Madrid, de Castilla y León, etc.), proyectos, programas, servicios... Y también están los que huyen del adjetivo “católico” pero se supone que lo son: los colegios del Opus Dei, una inmensa red polifacética ya que tiene centros que “sí son” del Opus Dei, otros que “parece que no son pero sí son”, otros que “solamente lo son un poquito”, etc... Ahí está la CECE y su presidente para explicarnos este lío.
Al acto de apertura del XV Congreso de Escuelas Católicas también asistió el Cardenal de Madrid, Carlos Osoro, que defendió que “una escuela es cristiana cuando acoge a todo el mundo como ser personal e imagen de Dios”. Sus palabras no provocaron murmullos. Eran las esperables y esperadas. Pero no sé, no me convencen como palabras “católicas”. Demasiada complacencia, demasiado bajo el listón. La educación en España no va bien (por no decir que es un desastre) y hay más de un millón de alumnos en centros “católicos”. ¿Qué parte de ese “no va bien” asume la escuela católica?
Cuando yo era pequeño nos decían que no había que tomar el nombre de Dios en vano, que era pecado. Ahora ya no se dice eso. Ahora está de moda el pecado ecológico. Pero yo me pregunto, ¿podría ser que el calificativo “católico” fuera tomar el nombre de Dios en vano?

enseñanza católica


viernes, 1 de noviembre de 2019

Simonía universitaria

Dice el Diccionario de la lengua española que simonía es la “compra o venta de de cosas espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o temporales inseparablemente anejas a las espirituales, como las prebendas y beneficios eclesiásticos”. En esta entrada yo me refiero a la venta de títulos universitarios.
Algunos dirán que no se venden, que se regalan, que la falta de exigencia es tal que basta con matricularte para salir con un título debajo del brazo y que, además, lo que se paga, por mucho que se quejen algunos, es una mínima parte del coste real. Visto así puede parecer que la universidad está de rebajas pero no es así, lo cierto es que hay simonía. Me explicaré.
La falta de exigencia y el reparto de títulos a cambio de unas tasas irrisorias (que pagamos todos los contribuyentes a alumnos pobres, ricos y muy ricos) sirve para que proliferen castas de profesores que no dan ni palo al agua disfrutando de puestos de responsabilidad, descargas docentes, exenciones académicas, “pastoreo” de becarios y otros derechos de pernada que les permiten gozar de privilegios y, muchas veces, auparse a otros estamentos sociales. Hace poco hablé de los catedráticos de optativas como ejemplo de lo que digo. Así pues, que no se enseñe y que no se exija no es producto de la indolencia sino fruto del deseo de llenar las aulas para justificar cargos, prebendas y beneficios. Digámoslo claro: los alumnos son mercancía.
La Universidad parece haber abdicado de su venerable función de certificación, es decir, garantizar con rigor ante la sociedad quién sabe y quién no sabe. Deber que está por encima incluso del de enseñar y que en la Universidad Pública debería ser sagrado si se han de salvaguardar los principios democráticos de igualdad y mérito.
La disolución de la función certificadora tiene su origen en la falta de calidad del sistema en general, más preocupado por “investigar” que por enseñar, pero también en la presión que ejerce la casta dirigente para que se apruebe a los alumnos y “siga la fiesta” pues si las aulas se vacían se acaba el chollo.
El título de la entrada no es original. Lo he leído en un artículo del periodista Pedro de Tena al que sigo con gusto ya que no solamente escribe sobre actualidad sino que nos brinda interesantes comentarios sobre literatura, filosofía, etc. Hace unos días recomendaba un libro que narra la barbaridad institucional que asoló la vida del catedrático manchego Agapito Maestre: “El escándalo Maestre. Política y Universidad” de Fernando Muñoz Martínez.
Copio del epílogo del filósofo Carlos Díaz: "Cada día salen a la luz más y más indecentes indignidades, ha reventado el odre de la Universidad. Los máster se regalan o se compravenden, las Universidades patitos premian a sus clientes, y los títulos valen una mierda pinchá en un palo. Compraventa de lo sagrado, simonía. Ni Aristóteles aprobaría una adjuntía en este sistema nepótico. Las cátedras se heredan, los cargos se subastan, que llueva que llueva, la virgen de la cueva".
Termino. Hemos llegado a esta podredumbre no tanto por la acción perversa de los malos como por la cobardía, omisión y silencio de los buenos. Si la Universidad española es cobijo de masones, asilo de amiguetes y nido de tontos no es por culpa de estos sino por la tibieza de aquellos. Pero de esto escribiré otro día.