miércoles, 7 de febrero de 2018

Demasiado espíritu maternal

Mi Cristina tiene 13 años y ayer vino muy enfadada del instituto. Según nos contó, un par de compañeros que pertenecen al grupo etiquetado como “gente tóxica” habían tenido un día especialmente movido en clase de mates. Se estaban portando tan mal que la señorita les amenazó con un parte si no cambiaban su conducta.  La reprimenda no sirvió de nada y no hubo manera de dar clase  –siempre según la versión de mi hija–  pero la señorita no cumplió su promesa de sanción.
Al salir de clase, unas niñas le preguntaron a la profesora por qué no les había puesto el parte a los díscolos y la respuesta fue que ella era madre.
Cristina venía enfadada porque había perdido el tiempo de matemáticas y porque su sentido de la justicia había sido vapuleado apelando al espíritu maternal.
Veo absolutamente natural que mi hija no entienda nada. Con 13 años la justicia todavía se percibe en “blanco y negro”, sin matices, sin atenuantes; y lo maternal simplemente no procede. No obstante, yo, que cuadruplico su edad, tampoco entiendo que el espíritu maternal sea una guía adecuada en la labor docente.
Evidentemente hay que tratar a los alumnos con el respeto debido, reforzando lo positivo e intentando poner el afecto conveniente (ni poco ni demasiado). Pero ver hijos dónde no los hay es patológico y poco efectivo desde un punto de vista educativo. El profesor no puede sustituir al padre o a la madre.
Tengo para mí que hay un exceso de emotividad en la enseñanza (y puede que en nuestra sociedad). El fin de la educación es el conocimiento y una dosis de sentimiento puede estar bien pero un exceso condena al sistema al fracaso.
Los conocimientos van a la razón que es la que debe embridar las emociones y no al revés.

razón o emoción

7 comentarios:

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    1. Gracias por tu comentario MAM.

      Vayamos por partes. Primero está el tema del debido orden en clase. Para que el profesor pueda llevar a cabo su labor (enseñar) deben darse las condiciones adecuadas en el aula. Una de ellas es que no haya molestias por mal comportamiento. Si las hubiere, el profesor debería tomar las medidas oportunas por el bien de la mayoría. Si no lo hiciera guiado por sus emociones haría un daño a los que se portan bien y no favorecería en absoluto a los que se portan mal. La conclusión es que el profesor o profesora debe enjuiciar la situación desde la razón y no desde la emoción.

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    2. Segundo. El "trasfondo".

      En mi entrada intento alertar acerca del excesivo, en mi opinión, sentimentalismo que "circula" por nuestras aulas. Como digo, es muy probable que ese exceso también esté presente en la sociedad actual.

      El hecho de que el protagonista sea mujer no significa nada porque a buen seguro pasan cosas similares con profesores hombres.

      Respecto al tema que propones creo que es muy interesante y debo preparar otra entrada... Estoy de acuerdo en parte pero no del todo... Evidentemente creo que el mundo os necesita, mujeres, pero también creo que la razón debe embridar las emociones, como afirmo en esta entrada.

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    1. ¡Pfff! No sé. Ese tema me aburre... Además me acabo de comprometer a hablar del "genio femenino" en el próximo.

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  3. Me interesara leer eso. Yo le puedo decir como es el genio masculino, porque viene ya en la Biblia, genesis 1 y 2. Cuando algo va mal y Dios le increpa, el Adam directamente culpa a la mujer que " tu me diste" ( o sea y al mismo Creador)... pues eso está haciendo Ud aquí, Rafael. Y no solo a la mujer, sino a la madre, tócate las narices!!!

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    1. Gracias por tu comentario, Mrs Wells. No me veo exactamente como Adán, salvo en nuestra común condición de seres pecadores, ni creo que se pueda deducir de mis palabras nada ofensivo hacia ninguna mujer tal y como respondí anteriormente a MAM. Seguramente no me he explicado bien pero me refiero al exceso de sentimentalismo.
      En cualquier caso, tu referencia a la historia bíblica me ha recordado algo que leí -aunque no sé ni dónde ni cuándo- acerca de las consecuencias de ese hecho. Parece ser que la desobediencia acarreó tres rupturas. La primera con Dios, que es la obvia. La segunda con la naturaleza, que padecemos hoy en día con algo más de conciencia. Y la tercera entre el hombre y la mujer, que no se ha tenido en cuenta pero que ahí está.

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