Algunos dirán que no se venden, que se regalan, que la falta de exigencia es tal que basta con matricularte para salir con un título debajo del brazo y que, además, lo que se paga, por mucho que se quejen algunos, es una mínima parte del coste real. Visto así puede parecer que la universidad está de rebajas pero no es así, lo cierto es que hay simonía. Me explicaré.
La falta de exigencia y el reparto de títulos a cambio de unas tasas irrisorias (que pagamos todos los contribuyentes a alumnos pobres, ricos y muy ricos) sirve para que proliferen castas de profesores que no dan ni palo al agua disfrutando de puestos de responsabilidad, descargas docentes, exenciones académicas, “pastoreo” de becarios y otros derechos de pernada que les permiten gozar de privilegios y, muchas veces, auparse a otros estamentos sociales. Hace poco hablé de los catedráticos de optativas como ejemplo de lo que digo. Así pues, que no se enseñe y que no se exija no es producto de la indolencia sino fruto del deseo de llenar las aulas para justificar cargos, prebendas y beneficios. Digámoslo claro: los alumnos son mercancía.
La Universidad parece haber abdicado de su venerable función de certificación, es decir, garantizar con rigor ante la sociedad quién sabe y quién no sabe. Deber que está por encima incluso del de enseñar y que en la Universidad Pública debería ser sagrado si se han de salvaguardar los principios democráticos de igualdad y mérito.
La disolución de la función certificadora tiene su origen en la falta de calidad del sistema en general, más preocupado por “investigar” que por enseñar, pero también en la presión que ejerce la casta dirigente para que se apruebe a los alumnos y “siga la fiesta” pues si las aulas se vacían se acaba el chollo.
El título de la entrada no es original. Lo he leído en un artículo del periodista Pedro de Tena al que sigo con gusto ya que no solamente escribe sobre actualidad sino que nos brinda interesantes comentarios sobre literatura, filosofía, etc. Hace unos días recomendaba un libro que narra la barbaridad institucional que asoló la vida del catedrático manchego Agapito Maestre: “El escándalo Maestre. Política y Universidad” de Fernando Muñoz Martínez.
Copio del epílogo del filósofo Carlos Díaz: "Cada día salen a la luz más y más indecentes indignidades, ha reventado el odre de la Universidad. Los máster se regalan o se compravenden, las Universidades patitos premian a sus clientes, y los títulos valen una mierda pinchá en un palo. Compraventa de lo sagrado, simonía. Ni Aristóteles aprobaría una adjuntía en este sistema nepótico. Las cátedras se heredan, los cargos se subastan, que llueva que llueva, la virgen de la cueva".
Termino. Hemos llegado a esta podredumbre no tanto por la acción perversa de los malos como por la cobardía, omisión y silencio de los buenos. Si la Universidad española es cobijo de masones, asilo de amiguetes y nido de tontos no es por culpa de estos sino por la tibieza de aquellos. Pero de esto escribiré otro día.
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