sábado, 13 de junio de 2020

La clase presencial

En las últimas entradas he defendido la superioridad de las clases presenciales frente a las “online” ya sea celebrando la carta de Luis Ramón Núñez Rivas ya sea compartiendo mis reflexiones con los alumnos. Mi tesis es que las clases “online” son un mal sucedáneo de las presenciales y que no deben considerarse un sustituto de éstas ni siquiera como mal menor. En todo caso, el verdadero sustituto debería ser un plan de lecturas, ejercicios y trabajos debidamente apoyado por tutorías personalizadas.
Soy consciente de que mi tesis no es compartida por la mayoría ya que muchos piensan que es igual asistir a una clase presencial que ver la retransmisión de la misma por Internet, tal y como sucede con un partido de fútbol, por ejemplo. Ahora bien, el verdadero aficionado sí que me dará la razón: no es lo mismo estar en un partido, una obra de teatro o una ópera en directo a ver su versión televisada. ¡Nada que ver!
Sea como fuere, los planes que están haciendo nuestros “gestores” van camino de fomentar el modelo telemático aprovechando que ya hemos “aprendido” a manejarlo: esto cuenta EL PAÍS y esto AS. Sorprende que en las aulas se imponga una separación de 1,5 metros entre alumnos si fuera de ellas no se va a cumplir esta restricción, como vemos ahora en nuestras calles. Sorprende que no haya restricciones en las cafeterías. Sorprende que haya que rotar por semanas alternado clases presenciales y clases retransmitidas. Sorprende que no se haya aceptado la razonable solicitud de los estudiantes de que los alumnos de primeros cursos reciban clases presenciales. Sorprenden muchas cosas…
En cualquier caso, voy a intentar argumentar mi posición dándole algunas vueltas al concepto de clase presencial y, para empezar, le voy a cambiar el nombre: clase magistral. Sí, la denostada por la neopedagogía clase magistral, que no significa que sea conducida con maestría sino que es relativa al maestro, es decir, al que enseña una ciencia, arte u oficio.
En la clase magistral el profesor explica una lección a los alumnos y, para que aquello funcione, tienen que darse dos condiciones previas: que haya uno que sabe, el profesor, y otros que quieren aprender, los alumnos. Esto es cierto incluso cuando los alumnos son pequeños, pues en ese caso son los padres los que ponen el fin (aprender).


La actitud activa del alumno se manifiesta en su interés, en su compostura, en sus preguntas pero, sobre todo, en tomar apuntes. De esto hablaré otro día, pero asistir a clase sin tomar apuntes es una pérdida de tiempo. Ya sé que la nueva pedagogía aboga por escuchar al profesor para “entenderle” pero tampoco en eso estoy de acuerdo. Habrá veces que se le entienda y otras que no pero tomar apuntes es esencial. A los profesores que quieren “ser escuchados” les aconsejaría que se buscaran otro tipo de audiencia: un amigo, una novia, un psiquiatra… Su función es mostrar un tema dentro de una materia, estableciendo sus relaciones, señalando los aspectos sobre los que los alumnos deben profundizar. No se trata de contar un truco o describir un procedimiento, eso es muy poco.
Hoy en día, parece que la clase magistral consiste en explicar lo que entra en el examen y así nos encontramos con la protesta del alumno indolente que clama: “profe, no lo entiendo”. Como si la misión del profesor fuera conseguir que el estudiante salga de clase entendiendo lo que le va a caer en el examen. De ahí al concepto de profesor que “ayuda” hay un paso: ¡El profesor ONG!
No. El profesor no "ayuda" porque si obra de esa manera elimina la responsabilidad del alumno que se convierte en sujeto pasivo, indolente, un lastre al que hay que buscar las cosquillas para que reaccione y aprenda. Pobre materia si salimos de clase con todo entendido. Hay que estudiar. Hay que leer ya que el conocimiento siempre se transmite por escrito. Hay que profundizar. No se trata de recopilar datos sino de formar la cabeza y eso es tarea individual.
En la clase magistral, el profesor es como un director de orquesta, que imprime su aíre a la interpretación, pero los que tocan son los músicos y si el director deja la batuta la música no cesa ya que todos tienen por escrito qué es lo que deben hacer. La misión del profesor es iluminar el camino pero no agotar el conocimiento. Por eso, cada maestro enseña de manera diferente.
Y para que la labor del profesor sea eficaz necesita de la interacción con sus estudiantes. De ahí que la videoconferencia no sirva ya que deja ciego al profesor. Dar clase es una especie de representación teatral, con sus emociones y originalidad en cada actuación. Eso solamente se consigue con la presencia: somos alma pero también cuerpo, materia. Necesitamos sentirnos. Lo más trascendente viene de la mano de lo más humano. Incluso para transmitir lo más racional necesitamos de relaciones.


Claro que muchas de las clases de hoy en día no son así. Profesores que no saben la materia ni la quieren saber y que se dedican a leer dispositivas, alumnos que no toman apuntes y que vienen mal preparados con el único objetivo de aprobar… En ese escenario, sí que la clase “online” sustituye a la presencial. Pero merced a su baja calidad. Si las clases virtuales fueran realmente útiles no habría universidades presenciales.
La influencia de la neopedagogía hace estragos. Para esta nueva pedagogía lo importante son los medios (las TIC) de manera que lo esencial no es saber la materia sino dominar las “nuevas tecnologías”. Hay una pléyade de profesores que no se saben la materia pero que brillan (o lo pretenden) mediante el uso efectista de vídeos, móviles, clases invertidas, “gamificación”, etc. Lo mejor de todo es que son ellos mismos los que aseguran que sus métodos funcionan mientras se niegan a que sus alumnos sean evaluados en pruebas externas.
Estos neopedagogos desprecian a los profesores de verdad, a los que honradamente se esfuerzan por dominar su área de conocimiento, y nos intentan convencer de que lo importante es la técnica de enseñanza y no el contenido. Por eso reniegan de la clase magistral y venden ciencia infusa cual charlatán de feria.
Termino con una cita del profesor Francisco Mora, experto en neurociencia: “La presencialidad del profesor seguirá siendo esencial en una buena enseñanza. Un gran profesor es aquel que deja huella utilizando toda y su entera personalidad humana ante los alumnos. Solo en presencia física ante el alumno se desenvuelve bien el gran profesor, aquel capaz de convertir cualquier cosa, incluso lo soso, en algo siempre interesante. En abrir los ojos de quien escucha. En que lo que dice cale, deje huella. Eso es la emoción con las que tiñe sus palabras y les da profundo sentido.”

He encontrado este interesante artículo de José Aguilar Jurado sobre la clase magistral que puede leerse aquí.

2 comentarios:

  1. Excelente y triste, porque es así. Alumnos que no quieren aprender, y van solo a aprobar , o que les aprueben. Y profesores que les da igual el alumnado, van, dan la charla y se van. Y si algun alumno molesta, pues un parte. Da lo mismo razones o situaciones. A pesar del psicólogo de turno, o informes varios que puedan haber.
    Mi pregunta es la siguiente: Ese profesorado ha nacido por tener alumnos que les da igual, o resulta que a los alumnos les fa igual por ese tipo de profesores tan abundantes por otro lado????

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    1. Creo que las dos cosas a la vez. Los alumnos indolentes se conforman con cualquier profesor que no "moleste" mucho y los profesores "facilitadores" terminan rodeados de alumnos sin ganas de aprender. Al final, es un problema de nuestra sociedad en su conjunto... sin olvidar que siempre hay unos cuantos lobos disfrazados de corderos dispuestos a sacar tajada. Léase neopedagogos y similares.

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