En estos tiempos de desbocada inflación, los telediarios nos han familiarizado con un nuevo término: la reduflación. No es más que vender menos cantidad al mismo precio, y no hay nada que objetar siempre que el etiquetado sea correcto. Otro tema es que el consumidor no se pare a examinar el importe por unidad (kilo, litro, etc.) antes de echar el producto al carro de la compra, pero de todo se aprende, espero.
La pillería viene cuando el envase es el mismo que tenía la mercancía cuando contenía más cantidad. Ahí sí veo fraude, por muy bien etiquetado que esté el artículo. No pondré ejemplos, pero creo que todos tenemos en la cabeza algún caso flagrante.
Pues bien, en educación hace mucho que estamos sufriendo la reduflación educativa, con el agravante de mantener el tamaño del "envase". Los padres en particular y la sociedad en general pensamos que nuestros jóvenes están recibiendo la formación debida en extensión y profundidad, pero nos están timando a lo grande. El año académico dura más o menos lo mismo de siempre y cada día ofrece aproximadamente las mismas horas lectivas que antaño, pero, ¿qué hay dentro de ese "envase"?
Pensemos en el curso que acaba de comenzar. ¿Cuántos días se pierden al principio de curso en presentaciones, a mitad de trimestre en celebraciones, al llegar las navidades en festivales, etc.? ¿Cuántos días falta tal o cual profesor y viene el de guardia? De cada hora de clase, ¿cuántos minutos se dedican a transmitir conocimientos? De los temas del libro, ¿cuántos se imparten?
Tiene mi hija un profesor que da clase con cuentagotas, pero como es muy enrollado suele animar a los chicos a que le cuenten algo y se monta tertulias súper chulas. Todos sabemos que se define feminista, ecologista y anticapitalista —lo cual me parece muy respetable—, pero de su asignatura sabemos bastante menos. Otra profesora dedica un importante porcentaje del tiempo lectivo a poner vídeos de YouTube, lo que me trae a la memoria Fahrenheit 451 donde Ray Bradbury auguró una educación sin profesores gracias a la televisión. (Por cierto, creo que esa profesora no ha leído esta novela porque sino velaría más por su propio futuro laboral.)
En la universidad no estamos mejor. Empezamos con el consabido "prima non datur, et ultima dispensatur", para seguir con clases de 2 horas que se convierten en clases de 75 minutos, optativas que se resuelven con un trabajo presentado a final de curso, laboratorios semanales que trocan en quincenales y exámenes realizados en horario lectivo. Al final, las 30 horas de teoría se quedan en 20 con mucha suerte.
Parece ser que algunas universidades están implantando sistemas electrónicos de control de presencia en las aulas para registrar automáticamente si los profesores bajan a clase o no. Esto me lo ha contado una mente maliciosa que sospecha que se están traspasando demasiados límites, pero yo no creo que sea por eso, sino por dar un mejor servicio.
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