Este curso, durante la primera hora de clase, además de la habitual presentación de la asignatura y sus criterios de evaluación, me empleé a fondo en demostrar que la ciencia infusa no existe.
En principio se entiende por ciencia infusa el don por el cual conocemos sin esfuerzo. Esto presupone el concurso de un tercero que nos infunde un catálogo de saberes y queda por determinar si dicho catálogo es elegido a demanda o viene de serie. Hoy en día, nuestro sistema educativo identifica a ese “tercero” con el profesor... ese taumaturgo capaz de saber, de comunicar, de animar, de motivar y de “infundir” ciencia.
El concepto de ciencia infusa viene del cristianismo y hace referencia a los dones de que gozaban Adán y Eva en el paraíso. Sin embargo, de mis 150 alumnos de este curso sólo uno estaba informado del origen religioso del concepto y por eso acudí a Matrix, la película.
Hay una escena en Matrix (no sabría decir en cual de las entregas) en las que uno de los protagonistas necesita pilotar una nave y pide al mando central que le descarguen en su mente el manual de uso. Pues bien, le bajan el manual a través de su conexión cerebral y –¡voilà!– no sólo adquiere un conocimiento preciso sobre la nave sino la destreza (“competencia” dicen los pseudopedagogos) para pilotarla.
Evidentemente, lo de Matrix es de película, no existe. Y lo de Adán y Eva es una creencia cristiana que se circunscribe a una edad perdida, los tiempos del paraíso. En el mundo real, para aprender algo siempre hay que esforzarse.
No obstante, el dogma de la ciencia infusa prolifera entre nuestros pseudopedagogos. Muy innovadores ellos, muy modernos pero creyentes fieles de dogmas. ¡Que no hombre! Pedagogo, si haces ciencia demuestra científicamente que el profesor (profesional de la enseñanza) puede infundir conocimiento. Porque si para infundir conocimiento lo que necesitas es un ser superior dotado de poderes hipernaturales... mejor nos vamos al cine.
Ja ja! Pues no lo había pensado pero es verdad, lo de esforzarse es chungo, mejor la conexion directa a la cabeza
ResponderEliminarBienvenido sea tu comentario. Tienes razón: es más sencillo tener una conexión directa al cerebro y que te carguen el paquete de trigonometría o el de geografía física... Sin embargo, no existe la conexión ni parece que vaya a existir... O sea, que no queda otra que esforzarse.
ResponderEliminarDe todos modos, lo esencial no me parece que sea la existencia o no de la conexión cerebral que nos ahorre el esfuerzo de aprender. El punto central creo que es la LIBERTAD. Si dispusiéramos de la conexión, ¿qué conocimientos formarían parte del acervo de cada uno? ¿Quien decidiría lo que se carga en cada cual?
De hecho, hoy en día, en este sistema educativo tan reacio al esfuerzo, han proliferado las asignaturas como robótica o programación con un claro sesgo tecnológico destinadas más al mercado que al saber.