Ya llevábamos unos meses con los “globos sonda”, pero ayer se confirmó la noticia de que el Gobierno nos va a cobrar por usar las carreteras. Eso sí, no es un “peaje” sino un “sistema de tarificación”. Esto me ha dejado más tranquilo, porque un “sistema” siempre suena mejor que un “peaje”. Según el Secretario General de Infraestructuras del ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Sergio Vázquez, la diferencia está en que nos va a salir muy baratito: solamente 1 céntimo por kilómetro… Eso será para empezar, que luego, cuando le cojan gusto, ya irá subiendo. Parece que la medida entrará en vigor a principios de 2024. Veremos si se llenan las calles de manifestantes. Tengo para mí que no. La luz ha batido todos los registros y no veo acampados en la Puerta del Sol, así que, total, por 1 céntimo al kilómetro tampoco llegará la sangre al río.
Además de la natural indignación que me produce constatar como nos meten mano en el bolsillo mientras despilfarran el dinero en asesores, ocurrencias improductivas y chorradas variadas, la medida anunciada me trae a la mente un par de asuntos.
En primer lugar, si tan justo es el pago por uso, la conclusión es que habrá de aplicarse también a la sanidad y a la educación. Todos sabemos que las tasas en la universidad pública no cubren nada más que una pequeña parte del coste total de cada plaza. ¿Por qué las pagamos todos, las usemos o no? Seguramente, el estudiante que pague el coste completo de su plaza universitaria hará un aprovechamiento mucho mayor de la misma y exigirá más calidad, lo cual redundará en un beneficio colectivo.
Por otra parte, y esto es lo que más me asusta, ¿cómo se va a implantar este sistema de tarificación? Me temo que será como en las autopistas de peaje portuguesas: una sucesión de cámaras dispuestas en intervalos de varias decenas de kilómetros, captan la matrícula del vehículo y cobran gracias a un emparejamiento previo de la misma con una cuenta corriente. Este método supone añadir un nuevo “ojo” al Gran Hermano que ya nos vigila a través de las tarjetas de crédito, los móviles, las cámaras de seguridad, etc., etc.
No cabe duda de que George Orwell se quedó corto en su novela 1984. En ella la existencia de Big Brother es misteriosa, opresiva y omnipresente, invade la intimidad de los ciudadanos y limita la libertad imponiendo una línea de pensamiento ajustada a la verdad del partido único y un modo de actuación basado en lo políticamente correcto. Creo que el paralelismo con nuestra sociedad salta a la vista: las leyes de memoria histórica, el lenguaje inclusivo, el neopedagogismo, el mantra climático, los objetivos de desarrollo sostenible, etc. Totalitarismo escondido so capa de buenas intenciones.
¿Más impuestos? ¡Qué raro! Seguro que son para el bien de todos y no para que unos pocos vivan del cuento mientras dan lecciones a los demás.
ResponderEliminarHuele esto a feudalismo, pero con la diferencia de que en aquella época, por lo menos, no le estaban vigilando a uno todo el día.
Nuestros políticos gastan y gastan, siempre para "salvarnos", y cuando se les acaba el dinero nunca piensan en cómo gestionar mejor, como hacemos las familias, sino en la manera de volver a engañarnos para sacarnos más.
EliminarMientras, los administrados, en lugar de protestar y sacudirnos el yugo, nos enzarzamos en sectarismos donde el razonamiento más elevado es ese del "y tú más". ¡Ahí nos tienen domesticados!