Estamos en campaña electoral, a nadie se le escapa. ¡Bueno! En realidad, llevamos en campaña desde hace años. Nuestros políticos, en vez de gestionar lo público, se ocupan, casi en exclusiva, de vendernos la burra, esto es, de tratar de convencernos de lo bien que lo hacen y de la suerte que tenemos de que sean ellos los que ocupen el sillón en lugar de los otros.
Estos días he escuchado a un candidato (o candidata, que no me acuerdo y me da lo mismo) decir que entiende su tarea política como la conquista de derechos para la ciudadanía. Me he quedado de piedra. Yo pensaba que la función de un político era administrar la cosa pública (la res publicae, que decían los latinos) en aras del bien común. Pero, no. Estaba equivocado.
Dedicarse a conquistar derechos tiene varios peligros, opino. En primer lugar, ¿hasta cuándo conquistamos derechos? ¿Dónde está la lista completa de derechos? Es un tema ambiguo, al menos. Pensemos que no hay derechos sin deberes. A ver si nos pasamos de frenada con los derechos y olvidamos los deberes, con lo que aquellos derechos dejarían de ser efectivos.
En segundo lugar, una vez conquistados los derechos, ¿cómo hacemos para que sean efectivos? Conquistar derechos para que estén escritos en un papel no sirve para mucho. Por ejemplo, en España, la Constitución nos garantiza el derecho a la vivienda en su artículo 47, pero lo cierto es que cada vez es más difícil hacer efectivo este derecho.
Finalmente y lo que me parece más peligroso de todo, es que esa "conquista" requiere un antagonista, es decir, alguien a quien expoliar, ya sea algo material o algo intangible. O visto desde otro punto, por cada derecho que conquistamos cargamos con un deber a otro, persona física o jurídica. Este modo de entender la acción política precisa de enemigos, guerra, disputa, confrontación, porque de no ser así no tiene sentido. Es un ejercicio basado en el perpetuo conflicto y esto, además de ser muy cansado, no suele traer nada bueno.
Yo prefiero entender los derechos como algo intrínseco a la naturaleza humana y, por tanto, no sujeto al sometimiento de un supuesto enemigo. El derecho a la vida, a la educación, a la propiedad privada, etc. no necesitan un opositor, nos pertenecen sencillamente por causa de nuestra dignidad.
Yo le pediría a nuestro conquistador de derechos que se circunscribiera a gestionar bien el dinero público y, si es posible, a conseguir que los derechos que ya hemos conquistado fueran efectivos, es decir, no un simple brindis al Sol.
Termino. Como nuestro candidato, lamentablemente, hoy en día, muchos jóvenes se ven como depositarios de derechos, pero no se percatan de que también están sujetos al cumplimiento de unos deberes. Ambas realidades son caras de la misma moneda. No hace falta buscar un enemigo por ahí fuera, basta con que dobleguemos nuestra falta de conciencia y cumplamos con nuestros deberes.
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