Como digo en la entrada precedente, mi generación ha tenido la genial idea de cargar una deuda pública inasumible a los que vendrán. Esto significa que los jóvenes —que están formándose y aún no han entrado al mercado laboral—, los niños y todos los que lleguen a este mundo en los próximos años están en números rojos, predeterminadamente condenados a trabajar para devolver un dinero que no usaron y sobre el que nadie les pidió opinión.
La cuantía de nuestra deuda se puede ver en esta página web y asciende ahora mismo a unos 1,75 billones de euros, lo cual representa 1,28 veces el PIB (Producto Interior Bruto) de España en un año, es decir, toda la riqueza en bienes y servicios que producimos durante 12 meses.
Evidentemente, dicha riqueza no se puede usar para devolver lo prestado de un plumazo, pues es necesaria para vivir. Lo digo por si alguien propone emplear íntegramente el esfuerzo de 16 meses para amortizar las deudas y poner el contador a cero. Lo razonable es ir devolviendo poco a poco lo que se debe, pero lo que realmente hacemos es todo lo contrario: pedir más y más cada año. ¡Qué locura!
Este disparate le está absolutamente vetado a particulares, familias y empresas —ya cuidan los bancos de ello—, pero nos parece natural que lo perpetren los gobiernos, pues nos han embaucado con la patraña del estado del bienestar, como si este fuera exclusivamente material. Hace sólo unos días, el diario EL PAÍS publicaba la noticia de que en breve se alcanzará un endeudamiento global del 100% del PIB mundial. Fijémonos que nosotros vamos ya muy por delante con un 1,28%. Somos alumnos aventajados en la escuela del despropósito.
Alguien podría argüir que es natural endeudarse para invertir en un negocio o para adquirir una vivienda. En estos casos, se cumple a la letra la clásica definición de préstamo, cambiar dinero por plazos, que se materializa como un contrato por el que recibe dinero en el presente a cambio de devolverlo en el futuro, pagando intereses. Así, se consigue liquidez hoy, para cubrir una necesidad o una inversión, bajo la obligación de cancelarlo a plazos mediante los rendimientos del trabajo o de la inversión.
Sin embargo, si observamos el gráfico correspondiente al presupuesto de gastos del ejercicio 2022, veremos que el 42% corresponde a pensiones, no a inversiones productivas o necesidades vitales, lo que sumado al 7% de amortización de deuda atrasada, da un total cercano al 50%. Es evidente que esta losa presupuestaria nos impide disponer de unos servicios adecuados, que contribuyan de manera efectiva al cacareado estado del bienestar —listas de espera, trenes parados, etc.— y a generar valor.
Miremos a la cajita etiquetada con la palabra "sanidad". Si la medimos, obtendremos que equivale al 1.5% del total. ¿Y la cajita "educación"? Esa ni aparece. Es sorprendente, ya que cada vez que nos suben los impuestos lo justifican con la sanidad y la educación. Para no hacer trampas, hay que decir que los gastos en sanidad y educación son mayores de los que refleja este gráfico de los PGE (presupuestos generales del estado) pues las comunidades autónomas contribuyen en su sostenimiento cobrando los correspondientes impuestos, ¡otros!, no se nos olvide.
¿Es justo comprometer a las generaciones venideras en el disfrute de las pensiones actuales? Yo creo que no. Los pensionistas dirán que se han ganado el derecho, pero hay que recordarles que no se han dotado de un sistema honesto: España es uno de los pocos países del mundo que usa un sistema de reparto frente a la alternativa basada en capitalización. Es como si yo decidiera hacerme con una villa de lujo en Mallorca, a costa de hipotecar a mis hijos de por (su) vida, con la excusa de que me lo merezco.
Es cierto que nuestros políticos saben perfectamente que la Seguridad Social está quebrada y ninguno, sea de la ideología que sea, hace nada para mejorar las cosas, pero no es menos cierto que les dejamos hacer lo que les da la real gana, mientras despistan nuestra atención de lo importante con chorradas. Líder es el que va delante abriendo camino, pero los nuestros van detrás leyendo encuestas, que es lo único que saben leer, dado su ínfimo nivel cultural.
Engañamos a nuestros jóvenes con la educación, les imputamos una deuda sobre la que no han decidido... ¡Es para hacérselo mirar!
* * *
NOTA: Como me leerá algún expertillo indignadete, voy a salir al paso de sofismas. Esa deuda de 1,28 veces el PIB es una tasa que, evidentemente, puede disminuir si crece el denominador, esto es, el PIB. Ahora bien, para conseguir eso hay que aumentar la productividad haciendo alguna de estas cosas:
- disminuir los costes de la mano de obra
- disminuir el precio de la energía
- bajar los impuestos y reducir la burocracia
- adelgazar el sector público
- mejorar la formación de los jóvenes
- modernizar las infraestructuras
- multiplicar la población
¿Sobre cuál de estos aspectos se está actuando decididamente? Parece que sobre ninguno. Pues nada, que siga la fiesta de la democracia.


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