jueves, 6 de noviembre de 2025

Del "funeral laico" a la "infrafinanciación": como usar el diccionario del mentiroso

Vivimos en la era de la publicidad, de las consignas, de los eslóganes. La verdad no importa. Lo que interesa es evocar ideas atrayentes, aunque sean falsas, para que permeen las almas y las entontezcan.

En mi bachillerato se estudiaba lógica filosófica y nos enseñaban los diferentes tipos de silogismos. Así aprendíamos a detectar falsedades veladas. Todavía hoy me sale analizar los spots publicitarios bajo ese prisma y me parto de risa. Hoy BARBARA, CELARENT, DARII, FERIO quizá suenen a estrellas de Spotify, pero no más.

Nos timan sin esfuerzo. Usan las palabras para engañarnos y ni nos enteramos. Ahí está el "funeral laico" del otro día, que, en realidad, fue un holocausto expiatorio en el que se sacrificó un zote terco, entregado dócilmente a su propia inmolación.

Lo del "funeral laico" suena a oximoron. Un funeral es una ceremonia abierta a la trascendencia, es decir, al más allá, sea este de la naturaleza que sea: el estado de Visión Beatífica para los cristianos o el Valle de los Juncos para los antiguos egipcios. Sin embargo, al adjetivarlo con la palabra "laico" pierde su sentido original y evoca otro tipo de celebración: un memorial. Pero, ¿por qué no llamamos a cada cosa por su nombre? Muy sencillo. Un memorial tiene menos presencia que un funeral y lo que buscaban los organizadores del acto era un decorado ostentoso para escenificar la oblación política con empaque. Esto es, la pompa de la liturgia católica, pero sin el molesto más allá, que siempre reclama paciencia, compresión, misericordia, veracidad, generosidad, etc.

Dicho sea de paso, me llama la atención que no haya salido ningún obispo de la Conferencia Episcopal a señalar la trampa. Creo que si no defienden su negociado, dentro de poco sobrarán por completo. Parece que se han autoexcluido de la vida pública. Deberían tomar nota de lo que le hicieron al faraón Akenatón cuando se le ocurrió postergar el culto al dios Amón. Se la liaron parda y tuvo que venir su hijo Tutankamón a poner orden. En fin, ellos sabrán.

Existen otros ejemplos de ilusionismo semántico: "justicia social", "clase invertida", "relación abierta" y muchos más. No obstante, estos días han puesto de moda una palabreja nueva: "infrafinanciación". Con este neologismo se pretende fabricar la sensación y difundir la falsa idea de que la universidad no dispone de fondos suficientes para poder llevar a cabo sus fines, evidentemente por culpa de la derecha en general y de Ayuso en particular. No seré yo quien defienda en mi blog ni a la una ni a la otra, pero sí que voy a demostrar que la universidad pública dispone de los recursos necesarios para cumplir su misión.

La LOSU eliminó el requisito de que el 51% del personal docente fuera funcionario, lo cual ha conducido a la precarización del profesorado, disminuyendo la tasa de funcionarios a una horquilla que va del 28% al 38%, aumentando el porcentaje de ayudantes doctores y abusando de la figura del sustituto, introducida por la nueva ley para cubrir temporalmente las ausencias del personal docente e investigador. La consecuencia ha sido la disminución de la masa salarial de los docentes. Además, lo que observamos desde dentro es que un porcentaje enorme de funcionarios disfrutan de descargas docentes, cargos con derecho a complemento retributivo y licencias varias, evidenciando una política irresponsable, incompatible con el fingido escenario de penuria económica.

Y, ¿en qué se gasta la parte del presupuesto que no son nóminas? En edificios vacíos, campañas publicitarias —recordemos a Hormona y Neurona—, proyectos fallidos, la reforma de la cafetería del rector, licencias de streaming, el viaje de "fin de mandato" a Harvard, etc.

Los fines de la universidad son la búsqueda de la verdad y la docencia, y para alcanzarlos hay dinero suficiente. Lo que falta es estudio —no investigación, que se reduce a publicar papers sin relevancia— y ponerse a dar clase. Ahora bien, para las ocurrencias, las sinecuras, los viajes, los premios y las chorradas, sí que hace falta dinero, a espuertas, ya que son un pozo sin fondo.

Por otra parte, estoy de conmemoración porque esta es la centésima entrada de mi disruptiva bitácora. No se me ocurrió pensar, hace ya nueve años —aquel noviembre de 2016 en el que empecé con mi murga— que llegaría a escribir 100 entradas y menos aún que pudiera alcanzar alguna vez las 100.000 visitas (quedan muy pocas). No creo que conquiste el título de "influencer" y menos aún que viva de ello, pero me daré con un canto en los dientes si un nuevo Guy Montag abre los ojos.

Es de justicia reconocer aquí y ahora a dos de mis grandes seguidores: Clara y Javier. Tengo para mí que disfrutan de algún poder extrasensorial que les permite presagiar el momento en el que pulso el botón "publicar", pues me da la sensación de que leen cada nueva entrega nada más aparecer. ¡Gracias! ¡Esta faena va por ustedes!

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