Hace unos días El Confidencial Digital tuvo a bien publicarme este análisis sobre la universidad española que podéis leer aquí.
La universidad impostada, la simulada, la del postureo, que dicen los jóvenes, es una institución que parece real, pero que sólo es un decorado. Ha perdido el rumbo porque antepone el fingimiento al auténtico empeño por buscar y difundir la verdad, su noble fin.
Las causas de esta enfermedad son variadas, pero una de las dominantes es el perverso sistema de incentivos, que premia la cantidad de artículos publicados soslayando el examen de su calidad intrínseca, asumiendo ingenuamente que la revisión por pares garantiza de suyo el valor del trabajo y la contribución de todos los firmantes. Así, la promoción profesional gravita de manera exclusiva en torno a la investigación, en detrimento de la docencia, que termina percibiéndose como un estorbo.
Para colmo de males, esa investigación no contribuye a profundizar en el conocimiento, porque el afán de medrar espolea la picaresca, en un vano intento de encontrar atajos que allanen el siempre arduo camino del saber.
En mi artículo propongo algunas medidas que podrían ayudar a mejorar la situación.
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