Hace ya más de seis años que comencé este
blog y lo hice con una entrada dedicada a la magnífica representación de
El perro del hortelano de
Lope de Vega que ofrecía por aquellas fechas la
Compañía Nacional de Teatro Clásico en el
Teatro de la Comedia. En aquella ocasión disfrutamos de lo lindo del espectáculo dirigido por
Helena Pimenta, que, con acierto, supo conjugar el respeto al texto con la precisa dosis de innovación, tal y como exponía en dicho
post.
Pues bien, hoy quiero hablar de
El burlador de Sevilla de
Tirso de Molina, programado entre el 30 de septiembre y el 13 de noviembre pasados, también en el Teatro de la Comedia, de cuya dirección era responsable
Xavier Albertí y que me pareció indignante. No puedo comprender por qué hay que modificar el texto original para colocar
morcillas que nada tienen que ver con el espíritu primigenio de la obra. En cierto modo, me parece una estafa.
Eso de que el director de la representación se arrogue el derecho a presentar su “versión” ya es sospechoso. El público quiere ver a Tirso de Molina, no al director de turno, cuyo trabajo debería circunscribirse a la conducción de actores y a la coordinación de escenografía, vestuario, iluminación, etc. En este caso, si Xavier Albertí cree que tiene una buena idea para un espectáculo dramático, le animo a que lo escriba y busque dónde pasar la función, pero que no utilice un texto consagrado como
caballo de Troya para llegar al público.
La verdad es que el programa de mano ya facilitaba algunas pistas de lo que podía pasar. Todos conocemos el mito de
Don Juan, seguramente el arquetipo más universal de la literatura española, un seductor audaz que no respeta ni a hombres ni a Dios, que no teme acudir al convite de un muerto y que finalmente se condena o se arrepiente, según versiones. Sin embargo, para Albertí es una mirada hacia la violencia ejercida sobre el cuerpo de las mujeres que, a la vez, hacen uso de él libremente, y también es una reflexión sobre la mercantilización precapitalista, las economías urbanas y la desposesión de la propiedad de los cuerpos, y también tiene algo que ver con
Amber Heard y
Pinochet, e incluso la descolonización… ¡
Cuán vasto me lo fiais! Un
popurrí de ideas inconexas que poco tienen que ver con
El burlador de Sevilla y quizá mucho con el afán de protagonismo de este director.
Espléndido está
Rafael Castejón, como siempre, especialmente en el pasaje en el Don Gonzalo de Ulloa describe
Lisboa. Y también están bien el resto de actores y actrices, aunque algunos de ellos interpretan demasiados papeles lo que, unido al vestuario extemporáneo y a la escenografía minimalista, puede inducir a que el espectador se despiste en ocasiones.