Recuerdo haber visto de pequeño algún episodio del teniente Colombo, una serie en la que el famoso policía, interpretado por Peter Falk, resolvía todo tipo de crímenes. Colombo vestía siempre una cochambrosa gabardina y tenía un aire despistado y bonachón.
Además de las peculiaridades del personaje, lo más característico de la serie era que el espectador siempre sabía quien era el asesino, pues cada capítulo comenzaba mostrando el delito. Técnicamente es lo que se conoce como historia de detectives invertida. O sea, como la clase invertida, pero en cine.
Con independencia del caso, todos los criminales desenmascarados por Colombo exhibían un rasgo común: un desvergonzado comportamiento cínico. El cinismo es el impúdico recurso a la mentira o la defensa descarada de acciones reprobables que, para los malos de la ficción –esto hay que reconocerlo– era un modo de proceder casi obligado si no querían verse descubiertos por el astuto teniente.
Diría que hoy está muy de moda el cinismo. Y no me refiero sólo a lo que observamos en estos tiempos de interminables campañas electorales. Ayer viví un nuevo episodio de la cada vez más descarada persecución que sufro por hacer mi trabajo con honestidad. Según los inquisidores de la "calidad" merezco ser vigilado ya que mi asignatura muestra una gran desviación al alza respecto al promedio en porcentaje de suspensos. Hay que decir, en honor a la verdad, que hay otras 7 asignaturas con peores estadísticas, pero esas no parecen ser objeto de escrutinio, dejando en evidencia a los que pretenden que renuncie a mis convicciones. Pues bien, llegados a este punto, alegué que una correcta aplicación del método científico, obligaba a estudiar qué sucede con aquellas asignaturas que presentan una desviación a la baja, esto es, el contrapeso por el extremo contrario que matemáticamente contribuye al promedio.
En concreto, señalé que, con los datos suministrados por la Dirección de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad de Alcalá, 12 asignaturas del total de las impartidas en el grado durante el primer cuatrimestre tienen un 100% de aprobados, esto es, el 46% de todas las asignaturas del primer cuatrimestre se saldan con aprobado general. Para cualquier observador imparcial esto chirría, pero no para la mayoría de profesores que asistían a la reunión. Uno de ellos preguntó: "¿y qué tiene eso de malo?". Según explicó, los profesores que consiguen un 100% de aprobados es porque son muy buenos transmitiendo conocimientos...
Podría ser, ¿cómo no? El que haya 12 genios de la enseñanza es una suposición razonable, que diría el teniente Colombo. Pero también caben otras hipótesis, a saber, que el nivel de las materias es muy bajo, que se aprueba con un 3 o que los genios son los alumnos en lugar de los profesores. Para Colombo las explicaciones siempre deben ajustarse a lo natural y ahí radica su brillantez en la resolución de los casos.
Las notas de corte de nuestros alumnos no son muy buenas y sus competencias en álgebra, cálculo, física y electrónica dejan mucho que desear, por más que lo nieguen los defensores del aprobado general. Esto descarta la genialidad del estudiantado. Que se aprueba con menos de un 5 es algo que reconocen abiertamente algunos de los profesores que lo hacen y que también saben los alumnos, aunque no vayan a encadenarse a la puerta de la Escuela para protestar por ello.
La universidad es, según han acuñado los cursis, el Espacio de Educación Superior. Pues bien, si esto es así, deja poco espacio al aprobado general. Si los alumnos universitarios pueden llegar a un determinado nivel académico, el buen profesorado debe tirar de ellos para que den un poco más, en caso contrario no estaremos en el nivel "superior". Es como si quisiéramos ir a las Olimpiadas con marcas ramplonas, entonces no estaríamos en las Olimpiadas, sino en una pachanga entre colegas.
Es lamentable que la Universidad Pública, o una parte de ella, no esté verdaderamente comprometida con la exigencia académica y que se ponga una venda en los ojos para justificar lo anormal, lo antinatural. ¿Dónde queda el servicio público si abdica de buscar la verdad y enseñarla? Y un aviso de que vamos mal está en la reciente advertencia de Steven Pinker: "Las universidades han dejado de ser sitios seguros para la libertad de expresión". Campan por sus fueros los inquisidores de la "calidad", la "innovación", lo políticamente correcto, etc.
Los cínicos malhechores de la serie policíaca siempre son descubiertos por su soberbia: se creen muy listos, pero terminan enredados en sus propias mentiras, cuya impostura les delata.
Los asesinos de Colombo están obligados, en cierto modo, a su cinismo para escapar de la cárcel, pero, ¿qué empuja a los profesores a dar aprobados generales bajo la coartada de que son excelentes transmisores de conocimiento?
ResponderEliminarCada cual es diferente, pero uno de los motivos es que la docencia no cuenta para hacer carrera profesional, es un estorbo si lo que se desea es publicar muchos artículos de investigación. En ese contexto, prepararse las clases, atender a los alumnos, exigir al colectivo estudiantil, que no está muy preparado para el esfuerzo y con flagrantes carencias, es una lata... Mucho más sencillo regalar aprobados, sobre todo si el "cliente" no se va a quejar... y dedicarse "full time" a investigar.