La semana pasada empezó el curso, después de un largo verano para los estudiantes. Todavía estamos en periodo de adaptación, que hoy en día es bastante largo, para prevenir un eventual derrame cerebral a causa del esfuerzo intelectual. En el instituto todavía se entra un poco más tarde y se sale un poco antes, por lo que las calles aledañas están repletas de chicos peripatéticos, por lo de deambular, no por el interés filosófico. En la universidad algo similar: las clases terminan un poco antes, se hace algún test y, poco a poco se va afianzando el conociendo mutuo. Por eso, muchos alumnos no acuden a la(s) primera(s) clase(s) porque no sirve(n) para nada y así estiran un poco más el merecido descanso estival. Aunque he puesto los paréntesis para no ser excesivo, lo cierto es que habría que quitarlos.
Pues bien, me cuentan de no sé qué carrera, de no sé qué universidad, que varios profesores se han presentado anunciando el aprobado general: sus asignaturas ya están superadas. "Tranquilos, chicos. Nada de estrés ni malos rollos", parecen clamar. Habrá que hacer algún examen de test sencillo, un trabajito colaborativo o participar en alguna experiencia de aprendizaje invertido o gamificado, y ya. La cacareada innovación pedagógica, envoltorio de métodos de aprendizaje indoloros y milagrosos, que esconde la falacia de la ciencia infusa.
¿Qué clase de aliciente tiene algo facilón? ¿Cómo vamos a cultivar en nuestros jóvenes la virtud de la constancia si les garantizamos un título sin trabajo? ¿Por qué van a valorar su disciplina académica si no requiere esfuerzo? ¿Para qué van a asistir a las clases si no hay tensión intelectual? ¿Es que se puede alcanzar la excelencia en cualquier trabajo sin luchar por ello?
Todos conocemos las respuestas a las preguntas precedentes. Entonces, ¿por qué actúan así estos profesores? Evidentemente, no tengo una respuesta sencilla; cada uno es cada uno, (y tiene sus cadaunadas, que diría Unamuno) y desconozco las intenciones de los demás. Sin embargo, el "¡Todos aprobados!" es un magnífico salvoconducto para el que no se sabe la lección, para el que elude sus obligaciones docentes o para el pusilánime, que prefiere no enfrentarse a los que sólo miran los porcentajes de aprobados. Es un "do ut des", "te apruebo y déjame en paz", "no me exijas, que yo no te pido nada", "vive y deja vivir"...
Hay algunos que defienden que el profesor es un mero acompañante, que cada estudiante es un ser talentoso per se y que sólo es necesario que ese talento encuentre su cauce y se manifieste, cosa que será sí o sí antes o después. Podríamos rebatir esta idea fácilmente, pero creo que basta con leer a Álex Torío en la prensa estos días ("Tenemos alumnos de 18 años que no saben las tablas de multiplicar") o echarle un vistazo a los informes PISA para volver a la cruda realidad.
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