martes, 24 de marzo de 2020

Cuarentena y enseñanza online

Estamos en cuarentena. ¿Quién nos lo iba a decir? Nosotros, que nos habíamos propuesto revertir el cambio climático, nos vemos obligados a confinarnos y aparcar rutinas y proyectos. ¡Ay! Nos creíamos tan poderosos y un “bichito” hace tambalear nuestro engreimiento.
Nos decían que nuestro sistema sanitario era el mejor del mundo y que todo estaba previsto. ¡Jaja! ¿Todo, todo…? Bueno. No todo. Es que esto no había pasado antes, nos dicen. ¡Ah! Ya. Tenemos previsto lo que ya ha pasado, vamos, que lo tenemos “postvisto” pero no previsto. Digo yo.
Mientras mueren a centenas cada día, los que aún estamos operativos teletrabajamos a destajo para mantener la enseñanza online. O eso pretenden nuestros líderes, empeñados en su petulancia.
Una imagen típica que evoca el término enseñanza es la del venerable sabio rodeado de atentos discípulos. Es decir, lo normal de la enseñanza es que sea presencial. De la misma forma que lo normal de una relación sentimental es que sea presencial… De hecho, la enseñanza no presencial siempre ha tenido adjetivo (enseñanza a distancia, enseñanza online) porque resulta evidente que no es lo mismo que la presencial.
El deseo de que lo virtual sustituya a lo real me parece que se encuadra en el moderno anhelo de autoconstrucción en el que resuena el “seréis como dioses” de Satanás en el Génesis. La idea de tocar un botón y disponer de un bien es muy atractiva y la costumbre de comprar por Internet nos ha hecho olvidar que no es un proceso sencillo. Al final, alguien te empaqueta el pedido, alguien te lo trae y alguien lo habrá tenido que fabricar… En estas dramáticas circunstancias comprobamos que no todo es ideal ya que ante la avalancha de solicitudes algunas empresas han cancelado el reparto a domicilio.
La enseñanza online tiene muchas facetas. No es lo mismo proponer la lectura de unos contenidos, ejercicios o prácticas que “dar clase” o evaluar. La evaluación siempre se ha hecho de manera presencial. Al menos si está en juego un título que valga para algo.
Lo de dar clase por videoconferencia o por youtube es un sucedáneo. Parece que es pero no es. Es una imagen de la enseñanza real pero no es real. Tal y como sucede en las películas, es una ficción. Lo que vemos en una película es una representación en dos dimensiones que nos cuenta, con más o menos acierto, una historia prescindiendo de la interacción. La historia es presa del sentido de la vista y del oído. Vemos y oímos lo que está grabado, sin más. En cambio, si la historia nos la dan por escrito, cada cual “ve” y “oye” escenas diferentes, abstrae y asciende a un universo propio. Esa información, modela, crea, se plasma en conocimientos. La lectura forma la inteligencia mientras que el vídeo excita las emociones.
La clase presencial está en otro plano, estimula la voluntad de los alumnos a buscar la verdad. La exposición del profesor señala el camino a seguir desvelando su ciencia al ritmo que precisen los discípulos, unas veces pausado otras exigente, en un ejercicio que solamente la experiencia y la interacción pueden hacer eficaces.
Las clases "enlatadas" de poco sirven. Suelen ser cuestiones triviales en las que pierdes 10 minutos para enterarte de algo que podías haber leído en 2. La estética acostumbra a ser atractiva pero el contenido no pasa muchas veces de la calificación de "truco", mera cuestión procedimental que poco aporta al verdadero conocimiento.
Llevemos la enseñanza online al extremo. Vamos a grabar nuestras clases y las repetimos cada curso hasta la jubilación mientras cobramos nuestro sueldo viviendo plácidamente. Yo contrataría un buen actor y un montador y ¡a vivir! Es absurdo, ¿no? El profesor habla a sus alumnos y los alumnos preguntan a su profesor y lo demás son sucedáneos. Y, en general, la gente no quiere sucedáneos.
Con todo, parece que la locura online se extiende más que el virus. Hasta el Papa y los obispos se han apuntado a las misas online. Me viene a la cabeza aquello que me enseñaron cuando era joven de que los sacramentos tienen (o tenían) materia y forma… ¿Dónde queda la materia por Internet? ¿Habrá que pensar una nueva teología online?
Lo cierto es que el pan online no alimenta. Creo que eso está claro.