miércoles, 24 de mayo de 2023

El conquistador de derechos

Estamos en campaña electoral, a nadie se le escapa. ¡Bueno! En realidad, llevamos en campaña desde hace años. Nuestros políticos, en vez de gestionar lo público, se ocupan, casi en exclusiva, de vendernos la burra, esto es, de tratar de convencernos de lo bien que lo hacen y de la suerte que tenemos de que sean ellos los que ocupen el sillón en lugar de los otros.

Estos días he escuchado a un candidato (o candidata, que no me acuerdo y me da lo mismo) decir que entiende su tarea política como la conquista de derechos para la ciudadanía. Me he quedado de piedra. Yo pensaba que la función de un político era administrar la cosa pública (la res publicae, que decían los latinos) en aras del bien común. Pero, no. Estaba equivocado.

Dedicarse a conquistar derechos tiene varios peligros, opino. En primer lugar, ¿hasta cuándo conquistamos derechos? ¿Dónde está la lista completa de derechos? Es un tema ambiguo, al menos. Pensemos que no hay derechos sin deberes. A ver si nos pasamos de frenada con los derechos y olvidamos los deberes, con lo que aquellos derechos dejarían de ser efectivos.

En segundo lugar, una vez conquistados los derechos, ¿cómo hacemos para que sean efectivos? Conquistar derechos para que estén escritos en un papel no sirve para mucho. Por ejemplo, en España, la Constitución nos garantiza el derecho a la vivienda en su artículo 47, pero lo cierto es que cada vez es más difícil hacer efectivo este derecho.

Finalmente y lo que me parece más peligroso de todo, es que esa "conquista" requiere un antagonista, es decir, alguien a quien expoliar, ya sea algo material o algo intangible. O visto desde otro punto, por cada derecho que conquistamos cargamos con un deber a otro, persona física o jurídica. Este modo de entender la acción política precisa de enemigos, guerra, disputa, confrontación, porque de no ser así no tiene sentido. Es un ejercicio basado en el perpetuo conflicto y esto, además de ser muy cansado, no suele traer nada bueno.

Yo prefiero entender los derechos como algo intrínseco a la naturaleza humana y, por tanto, no sujeto al sometimiento de un supuesto enemigo. El derecho a la vida, a la educación, a la propiedad privada, etc. no necesitan un opositor, nos pertenecen sencillamente por causa de nuestra dignidad.

Yo le pediría a nuestro conquistador de derechos que se circunscribiera a gestionar bien el dinero público y, si es posible, a conseguir que los derechos que ya hemos conquistado fueran efectivos, es decir, no un simple brindis al Sol.

Termino. Como nuestro candidato, lamentablemente, hoy en día, muchos jóvenes se ven como depositarios de derechos, pero no se percatan de que también están sujetos al cumplimiento de unos deberes. Ambas realidades son caras de la misma moneda. No hace falta buscar un enemigo por ahí fuera, basta con que dobleguemos nuestra falta de conciencia y cumplamos con nuestros deberes.



 

sábado, 13 de mayo de 2023

La importancia de la estupidez

Hace unos días me mandó Javi este breve pero interesante ensayo titulado The importance of stupidity in scientific research cuyo autor es Martin A. Schwartz, reputado profesor de Medicina, Ingeniería Biomédica y Biología Celular.

Me quedo con un par de ideas de su ensayo. La primera es sobre la docencia: "The point of the exam isn’t to see if the student gets all the answers right. If they do, it’s the faculty who failed the exam. The point is to identify the student’s weaknesses, partly to see where they need to invest some effort and partly to see whether the student’s knowledge fails at a sufficiently high level that they are ready to take on a research project."

Así lo siento yo, el objetivo del examen no es ver si el estudiante acierta todas las respuestas. Si así fuera, es que el examen estaría mal diseñado. El fin del examen es ayudar a identificar las debilidades del alumno, para establecer dónde hay que realizar un esfuerzo adicional.

En definitiva, los exámenes son un recurso docente más, que ha de ser bien utilizado. Muchos de nuestros neopedagogos lo utilizan tramposamente para que sus estudiantes acierten todas las respuestas y así puedan colgarse la medalla de "profesor de alto rendimiento", eufemismo moderno para denominar al profesor que aprueba a todo el mundo. Ellos proclaman la genialidad de sus métodos con el único aval de unos "magníficos" resultados que no resistirían la prueba del algodón de una reválida externa.

La segunda idea es sobre la investigación: "[...] I don’t think students are made to understand how hard it is to do research. And how very, very hard it is to do important research. It’s a lot harder than taking even very demanding courses. What makes it difficult is that research is immersion in the unknown."

Investigar es duro, muy duro, como dice Schwartz, y no es fácil de justificar la producción científica de muchos de nuestros investigadores actuales. ¡Algo falla! Dice Joan Subirats, ministro de universidades: “Una persona que hace un artículo cada tres días es algo complicado de entender”. Ya publiqué sobre el tema en 2019, la articulitis, y desde entonces la cosa no ha hecho sino empeorar.