viernes, 30 de junio de 2023

Cinismo y aprobados generales

Recuerdo haber visto de pequeño algún episodio del teniente Colombo, una serie en la que el famoso policía, interpretado por Peter Falk, resolvía todo tipo de crímenes. Colombo vestía siempre una cochambrosa gabardina y tenía un aire despistado y bonachón.

Además de las peculiaridades del personaje, lo más característico de la serie era que el espectador siempre sabía quien era el asesino, pues cada capítulo comenzaba mostrando el delito. Técnicamente es lo que se conoce como historia de detectives invertida. O sea, como la clase invertida, pero en cine.

Con independencia del caso, todos los criminales desenmascarados por Colombo exhibían un rasgo común: un desvergonzado comportamiento cínico. El cinismo es el impúdico recurso a la mentira o la defensa descarada de acciones reprobables que, para los malos de la ficción –esto hay que reconocerlo–  era un modo de proceder casi obligado si no querían verse descubiertos por el astuto teniente.

Diría que hoy está muy de moda el cinismo. Y no me refiero sólo a lo que observamos en estos tiempos de interminables campañas electorales. Ayer viví un nuevo episodio de la cada vez más descarada persecución que sufro por hacer mi trabajo con honestidad. Según los inquisidores de la "calidad" merezco ser vigilado ya que mi asignatura muestra una gran desviación al alza respecto al promedio en porcentaje de suspensos. Hay que decir, en honor a la verdad, que hay otras 7 asignaturas con peores estadísticas, pero esas no parecen ser objeto de escrutinio, dejando en evidencia a los que pretenden que renuncie a mis convicciones. Pues bien, llegados a este punto, alegué que una correcta aplicación del método científico, obligaba a estudiar qué sucede con aquellas asignaturas que presentan una desviación a la baja, esto es, el contrapeso por el extremo contrario que matemáticamente contribuye al promedio.

En concreto, señalé que, con los datos suministrados por la Dirección de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad de Alcalá, 12 asignaturas del total de las impartidas en el grado durante el primer cuatrimestre tienen un 100% de aprobados, esto es, el 46% de todas las asignaturas del primer cuatrimestre se saldan con aprobado general. Para cualquier observador imparcial esto chirría, pero no para la mayoría de profesores que asistían a la reunión. Uno de ellos preguntó: "¿y qué tiene eso de malo?". Según explicó, los profesores que consiguen un 100% de aprobados es porque son muy buenos transmitiendo conocimientos...

Podría ser, ¿cómo no? El que haya 12 genios de la enseñanza es una suposición razonable, que diría el teniente Colombo. Pero también caben otras hipótesis, a saber, que el nivel de las materias es muy bajo, que se aprueba con un 3 o que los genios son los alumnos en lugar de los profesores. Para Colombo las explicaciones siempre deben ajustarse a lo natural y ahí radica su brillantez en la resolución de los casos.

Las notas de corte de nuestros alumnos no son muy buenas y sus competencias en álgebra, cálculo, física y electrónica dejan mucho que desear, por más que lo nieguen los defensores del aprobado general. Esto descarta la genialidad del estudiantado. Que se aprueba con menos de un 5 es algo que reconocen abiertamente algunos de los profesores que lo hacen y que también saben los alumnos, aunque no vayan a encadenarse a la puerta de la Escuela para protestar por ello.

La universidad es, según han acuñado los cursis, el Espacio de Educación Superior. Pues bien, si esto es así, deja poco espacio al aprobado general. Si los alumnos universitarios pueden llegar a un determinado nivel académico, el buen profesorado debe tirar de ellos para que den un poco más, en caso contrario no estaremos en el nivel "superior". Es como si quisiéramos ir a las Olimpiadas con marcas ramplonas, entonces no estaríamos en las Olimpiadas, sino en una pachanga entre colegas.

Es lamentable que la Universidad Pública, o una parte de ella, no esté verdaderamente comprometida con la exigencia académica y que se ponga una venda en los ojos para justificar lo anormal, lo antinatural. ¿Dónde queda el servicio público si abdica de buscar la verdad y enseñarla? Y un aviso de que vamos mal está en la reciente advertencia de Steven Pinker: "Las universidades han dejado de ser sitios seguros para la libertad de expresión". Campan por sus fueros los inquisidores de la "calidad", la "innovación", lo políticamente correcto, etc.

Los cínicos malhechores de la serie policíaca siempre son descubiertos por su soberbia: se creen muy listos, pero terminan enredados en sus propias mentiras, cuya impostura les delata.


domingo, 4 de junio de 2023

Bunbury, Suecia y la tecnología

Hace pocas semanas publicaba el semanario XLSemanal una interesante entrevista a Enrique Bunbury, antiguo líder de Héroes del Silencio, con motivo de la promoción de su último disco, Greta Garbo. Preguntado acerca de si consideraba que la tecnología nos atropella, respondía lleno de sentido común:

"Sí. Piensa en los smartphones: ¿hasta qué punto nos han vuelto más tontos? Igual la vida era mejor sin ellos porque andamos sobreestimulados, siempre con el móvil; ya no miramos a otro lado. Yo me siento de una generación afortunada por haber crecido sin smartphones y sin la omnipresencia del Internet, ya que nos ha tocado todo esto con las neuronas en su sitio y hemos podido adaptarnos a estas transformaciones sin mayor problema. He tenido la fortuna de vivir una vida adulta sin todas estas ventajas y también con ellas. Es decir, nosotros podemos comparar, pero la gente joven ha vivido con ello desde la cuna. Es un apéndice más de su cuerpo."

Me ha venido a la cabeza esta reflexión al leer en la prensa que Suecia paraliza su plan de digitalización de las escuelas. Después de 15 años, en los que los ordenadores han sustituido a los libros de texto en las escuelas suecas, ahora se dan cuenta de que están creando una generación de analfabetos funcionales. El experimento ha resultado fallido y. según dicen las autoridades competentes, no se puede considerar la digitalización como algo positivo sólo porque sea moderno.

La ministra de educación del país nórdico solicitó el parecer de más de 60 expertos y la conclusión es tan unánime como rotunda: "Toda la investigación del cerebro en niños muestra que no se benefician de la enseñanza basada en pantallas". Las alarmas saltaron ante el descenso del nivel de comprensión lectora entre los niños y niñas suecos, y ante la evidencia de que los chicos nunca o casi nunca escriben a mano.

Me parece que la destreza en lectoescritura da solidez al proceso de aprendizaje, no sólo en la educación básica, sino en todos los niveles educativos, y que su déficit lastra de manera formidable cualquier desarrollo intelectual posterior.

Con todo, los suecos están mucho mejor que nosotros en dos aspectos. Por un lado, su índice de comprensión lectora es superior al de España y por otro, y esto es lo más importante, están dispuestos a corregir lo que no va bien, sin fanatismos. Si invirtieron dinero en poner pantallas en las escuelas y ven que no ha funcionado bien, las quitan destinando recursos a promover el uso de los libros de texto. Sencillamente, el experimento falló, hay que reconocerlo y rectificar sin dramas.

Lamentablemente, en España perseveramos en el error. Nuestros jóvenes no comprenden lo que se les explica y no son competentes en el aprendizaje autónomo, pues no saben manejar la bibliografía, pero nuestro sistema no rectifica, no ataja el déficit de atención ni contribuye a "amueblar" correctamente las cabezas. Parece que nos importa menos el éxito de nuestros chicos y chicas que ser calificados de poco modernos. ¡Otro complejo!