sábado, 15 de septiembre de 2018

¡Comienza el curso!

O mejor en pretérito: comenzó el curso. Porque parte del éxito por venir está en haber dado ya ese primer paso, haber cortado con la poltronería estival y haber formulado con ilusión los buenos propósitos de este otoño. Lo que más cuesta es ponerse a la tarea, olvidar la tranquilidad de las vacaciones y admitir que lo normal no es holgar sino trabajar.
Esta entrada es buena prueba de que mi voluntad cabalga en esta dirección. Tenía abandonado el blog pero de hoy no pasa sin actualizar. Aquí estoy de nuevo. Por cierto, mira que cuesta dedicarle tiempo al bendito blog. Y no será por falta de ideas... ¡Qué presión la del columnista de opinión!
Hablando de ideas, la de esta entrada la he encontrado en unas notas que escribí para la “charleta” de presentación del primer día de clase del curso pasado. Este año no me he preparado nada. No sé cuál sería mi estado de ánimo en aquella ocasión pero les hablé de esfuerzo, de libertad, de actitud y aptitud y de créditos ECTS...
Intentaré explicarme. Mi intención fue animar a mis alumnos a esforzarse. Les conté que la ciencia infusa no existe y que hay que estudiar si se quiere aprobar. En este contexto les recordé que me deben 4 horas de estudio por cada día de clase de mi asignatura según los créditos ECTS.
Para los no avisados, explicaré que un ECTS (European Credit Transfer and Accumulation System) es una medida del trabajo del estudiante que cuantifica tanto el tiempo en clase como el dedicado de manera personal al estudio y que fue inventado dentro del llamado proceso de Bolonia. En mi opinión, aplicar un molde igual para todas las personas es un error que tiene su origen en una concepción mecanicista del ser humano. El ser humano es libre y variopinto y no suele ir muy bien eso de aplicarle ideas fijas... Máxime si las ideas son equivocadas.
En definitiva, recordé a mis chicos que me deben 4 horas de estudio... o 5 o 6 o quizá 2... Pero que tienen que estudiar sí o sí, porque yo no regalo títulos ni aprobados. ¡Jaja! De este tema rabiosamente actual hablaremos otro día.
Les conté eso tan motivador de que cada persona tiene un valor que es el producto de su actitud por el sumatorio de sus aptitudes según la fórmula siguiente:


Así, todos reunimos un conjunto grande de aptitudes (conocimientos, destrezas, talentos, bienes, etc.) que se suman dando un primer resultado. Pero ese resultado parcial se multiplica por un factor, la actitud, que puede cambiar el orden de magnitud del valor inicial. Es como una especie de zoom que puede achicar nuestro valor o hacerlo enorme.
Para terminar, recomiendo este escrito que también he encontrado guardado entre mis cosas: Elogio del esfuerzo de Juan Gómez-Jurado. Y me permito copiar, debidamente entrecomillado, eso sí, un párrafo del mismo que dice: “Creo que es posible construir una sociedad en la que el esfuerzo, individual y colectivo, sea admirado por encima del resultado final. Pero para ello es necesario comenzar por apreciar las bondades de ese esfuerzo, el valor del sacrificio y el mérito de la tenacidad, la constancia y la paciencia.”


domingo, 17 de junio de 2018

Los exámenes de "no-septiembre"

Me recordaba Salva hace unos días que tengo abandonado el blog. Y como tiene razón y siempre es bueno sobreponerse a las excusas, aquí voy con una nueva entrada. El tema fue parte de nuestra conversación: los exámenes de “no-septiembre”.
En opinión de todos los profesores con los que he hablado, sean de secundaria o de universidad, el adelanto a junio de los exámenes de septiembre no beneficia ni a profesores ni a alumnos.
A los alumnos no les resulta de ninguna ayuda que no les demos tiempo para volver a prepararse (o prepararse por primera vez) una asignatura. Salvo en aquellos casos en los que el alumno ha rozado el aprobado es muy difícil conseguir en poco tiempo aprender lo necesario para superar una materia pendiente. Es cierto que las estadísticas nos dicen que mayoritariamente los chicos llegan a septiembre sin haber estudiado pero eso no es razón para dar la batalla por perdida y montar este paripé de las pruebas extraordinarias en junio-julio. Da la sensación de que se hacen por aquello de que nadie diga que no se han hecho, por cubrir el expediente pero sin fe en el fondo pedagógico que tienen.
A los profesores tampoco nos beneficia. Trabajamos lo mismo y cosechamos menos aprobados. Este curso, en secundaria, se ha obligado al profesorado a duplicar la programación de junio para atender a los chicos ya aprobados y a los que deben prepararse asignaturas para la convocatoria extraordinaria. Pretender mantener a estas alturas del año dos grupos bien diferenciados de alumnos en la misma aula es una locura. ¿Qué puede hacer el docente para motivar a quien ha hecho ya su trabajo y no tiene que dar cuenta de él?
Entonces, ¿a quien beneficia el adelanto? El sentir general es que beneficia a la Administración, es decir, a la burocracia. Los burócratas se van de vacaciones con el trabajo hecho y todos los plazos cumplidos: plazos de reclamaciones, plazos de solicitudes, plazos de matriculaciones, plazos de traslados, etc... De nuevo se trata de poner al procedimiento por encima del ser humano, en la (falsa) convicción de que los sistemas hacen bueno al hombre.
También puede beneficiar a aquellos padres que se evitan el mal trago de propiciar el estudio estival de sus hijos suspensos pero creo que esta categoría de padres irresponsables no es abundante.
El problema planteado ha saltado a la palestra informativa. El diario EL MUNDO se hacía eco a primeros de junio. Allí se nos cuenta, entre otras cosas, como los alumnos aprobados se ven perjudicados por un sistema que les resta horas lectivas y que les tiene sin hacer nada durante muchos días.
Creo que este nuevo cambio en nuestro sistema educativo vuelve a ser un cambio a peor. Si dejamos de formar a aquellos que van bien reduciendo el tiempo real de clase estamos haciendo un flaco favor a la sociedad en su conjunto.


examen

viernes, 20 de abril de 2018

¿Nos obligan a aprobar a los alumnos?

Hace unos días, a la vuelta de Semana Santa, estaba esperando a la pequeña en la valla del cole cuando se acercan mis amigos Ana y Pedropa y me preguntan casi a bocajarro “Rafa, ¿es verdad que os obligan a aprobar a los alumnos?” Ellos saben que yo doy clase en una universidad madrileña.
Les pregunté la razón de su inesperada curiosidad y me explicaron que habían salido unos días y que en el hotel en el que se alojaron habían conocido a una pareja. Ella era profesora de universidad y les contó lo harta que estaba del acoso que sufría para que aprobara a los alumnos.
Lamentablemente tuve que confirmar a mis amigos que lo que les había contado esa colega es absolutamente cierto. No afecta a todas las universidades por igual pero sí que se ejerce ese acoso en algunos centros. Eso sí, astutamente disfrazado de celo por la calidad.
El mecanismo es taimado. Nadie te dice qué porcentaje de alumnos tienen que aprobar pero si tus actas reflejan una media por debajo de un cierto umbral te obligan a elaborar informes, te someten al escarnio de comisiones de alumnos y no te dejan vivir. Nunca podrás demostrar que te extorsionan ya que ellos se amparan en su desvelo por la calidad docente. Dará lo mismo si los alumnos estudian o no, si los planes de estudios están bien o mal confeccionados e incluso dará lo mismo si en los cursos precedentes se aprobó a los alumnos sin saber.
Argumentan que la universidad ha de ofrecer un retorno social. Es decir, que el dinero que la sociedad invierte ha de producir titulados. Algo así como si fabricáramos coches o ladrillos: tanto inviertes tanto produces. Olvidan que el proceso de enseñanza-aprendizaje se debe dar en libertad y que, por tanto, no está asegurado qué rendimiento va a producir. Máxime si nuestros alumnos vienen de una enseñanza secundaria más que mejorable que les deja ayunos de conocimientos y esclavos de una indolencia intelectual colosal.
Olvidan, también, que el mayor retorno social es lograr titulados que cumplan con las expectativas y no regalar papelitos para colgar en la pared.
Por otra parte, el acoso al profesorado para que apruebe a sus alumnos cercena el derecho a la libertad de cátedra y pone en jaque los cimientos de la convivencia democrática. En mi opinión, una de las funciones más importantes de la universidad pública es la certificación, o sea, dar fe de que los títulos otorgados cumplen con las expectativas haciendo efectivos los principios constitucionales de mérito y capacidad.
Algunos de vosotros os preguntaréis ¿por qué buscan titulados a toda costa? ¿por qué aprobar a chicos que no saben? Muy sencillo: para mantener el sistema. Para no cerrar centros. En el fondo, para mantener el puesto de trabajo aunque sea a costa de defraudar a la sociedad. En España sobran universitarios y sobra tanta plaza universitaria que alrededor de 25.000 quedan sin cubrir cada curso.
Enlazo algunos datos del curso 2013-2014, del curso 2017-2018 y más aquí de los últimos 8 cursos.




sábado, 14 de abril de 2018

El juez Emilio Calatayud y la autoridad

Emilio Calatayud es juez de menores de Granada, magistrado, escritor y conferenciante (y... ¡bloguero!). Es famoso por sus sentencias en las que impone penas basadas en la educación y el trabajo social en lugar de la privación de libertad. También es reconocido su sentido común al abordar los problemas de la juventud, de la vida familiar, la formación en la escuela, etc. Su elocuencia así como su gracia y amenidad han hecho que podamos disponer de multitud de vídeos en Internet con fragmentos de sus intervenciones.
A propósito de mi anterior entrada (La disciplina mejora el rendimiento académico) dejo aquí un enlace a un vídeo de una de sus conferencias. En esta ocasión dictada el pasado mes de febrero en Murcia.

ENLACE (el vídeo dura algo menos de 5 minutos)

Emilio Calatayud

viernes, 9 de marzo de 2018

La disciplina mejora el rendimiento académico

El título de la entrada les parecerá a muchos una evidencia pero para la dictadura de la santa innovación y la nueva pedagogía esta afirmación no es tan fácil de digerir. Los gurús de la modernidad perciben la disciplina en la enseñanza como una limitación a la felicidad vaporosa que debe reinar en el aula.
Ha tenido que venir la OCDE para señalar, a partir de los datos del último informe PISA, que la disciplina mejora los resultados más que el número de alumnos por aula. Del trabajo se ha hecho eco el diario EL MUNDO. No he podido encontrar el original aunque sí un resumen que además encuentra una relación inversamente proporcional entre el bullying y la disciplina.
Con todo, los neopedagogos se resisten a admitir los hechos. Nos dicen que el término disciplina ha cambiado. Ahora los alumnos no deben obedecer al profesor por miedo al castigo sino que debe haber un buen clima de convivencia y respeto, aseguran. Y añaden que vivir en sociedad supone acatar unas normas a todos los niveles.
Yo opino que lo que propugnan es lo de siempre. ¡Claro que debe haber un buen clima de convivencia! Basado en el respeto mutuo, en el deseo de aprender, en la buena educación... Y eso, en el fondo, supone ajustarse a unas normas. Nada ha cambiado.
Lo que sucede es que, a veces, no se dan esas condiciones y los alumnos se saltan las normas. ¿Qué hacer entonces? Renunciar a las sanciones es caer en la ingenuidad del que piensa que “to er mundo é güeno”. No hay norma sin régimen disciplinario, sin sanciones.
Pensemos en las normas de circulación. En principio todos las conocemos y las queremos cumplir pero cuando nos saltamos una de esas normas nos imponen una sanción que nos ayuda a “ir por el buen camino”. ¿Apelar a nuestra buen voluntad para eludir la multa nos servirá de algo? Sabemos que no.
Pues igual en la escuela. Es más, dimitir del deber de construir un buen ambiente en clase es faltar al derecho a aprender de los que se portan bien. Además de que, para que el profesor pueda desarrollar su labor correctamente, tienen que darse las condiciones adecuadas como ya comenté en otra entrada.
Nuestros brillantes neopedagogos no permiten que la realidad les estropee su fraudulenta ideología e incurren en contradicción: ¿normas sí, sanciones no?

disciplina

La imagen evoca una de las posibles causas
de la falta de disciplina en las aulas.


sábado, 24 de febrero de 2018

De TBLs, Blinks, Kahoots, Flips, PLEs y otras pamplinas

Alguien pensará al leer el título de la entrada que soy un borde intolerante por calificar de pamplinas la retahíla de términos que manejan los gurús de la innovación educativa. Para más inri alguno me calificará de vejestorio trasnochado.
La verdad es que me importa un carajo. Si ellos se atreven a justificar su vacuidad tras el uso de términos anglosajones como si supieran de algo cuando no saben de nada, no seré yo quien deje de señalar que el rey va desnudo.
Las siglas TBL vienen de Thinking-Based Learning que traducido significa aprendizaje basado en el pensamiento. El descubrimiento de los promotores del TBL es de magnitudes galácticas: para aprender hay que pensar. No está mal. Hasta ahora para aprender no habíamos pensado. No sé cómo la humanidad ha llegado hasta aquí sin TBLs.
Parece ser que la gran idea de aprender pensando se la debemos a Robert Swartz, director del NCTT en Boston (EE.UU.) *. Evidentemente, tiene mérito ganarse la vida dando conferencias por todo el mundo diciendo estas cosas. “Hay que enseñar a pensar más que a memorizar” es una de sus conferencias. No está mal: buscamos un enemigo (la memoria) y ya tenemos la guerra. Pero no creo que haya que contraponer memorizar y pensar. Yo estoy muy agradecido a los que me hicieron memorizar cosas que no entendía porque ahora las entiendo y las recuerdo de carrerilla.
Blink (parpadeo en inglés) es una plataforma de aprendizaje que forma parte de la mochila digital. Lo de la “mochila digital” es otra ocurrencia brillante, eso hay que reconocerlo. Esta plataforma muestra todos los libros digitales que necesita el alumno y permite hacer exámenes. Entonces, ¿ya no tengo que comprar los libros cada curso? Noooo. Ahora tienes que comprar una licencia para cada curso... porque las editoriales no viven del aire.
Kahoot es una plataforma para jugar con el móvil. Si usas esto tienes asegurado alcanzar el Olimpo de los profesores enrollados. Es el aprendizaje basado en el juego o “gamificación” (¡cágate lorito!). Aún admitiendo que algún alumno aprenda algo, me gustaría saber qué rendimiento tiene el sistema. Es decir, qué tipo de conocimientos quedan y cuánto tiempo se ha consumido en transmitirlos. Es más, después de una sesión de Kahoot, ¿qué disposición muestran los alumnos en las horas siguientes?
El Flipped Learning es la bomba de la innovación. Viene a ser dejar de hacer en clase lo que entendemos que se hace normalmente para facilitar otros procesos (¿?). En la práctica consiste en grabar un video con la explicación que antes de hacía en clase. Ese vídeo lo “visionan” los alumnos por la tarde en su casa y al día siguiente se “trabaja” en clase el vídeo “visionado” anteriormente. En teoría, invertimos (flip en inglés) el orden de las tareas siguiendo el sistema anglosajón de la enseñanza superior: el profesor indica los temas a investigar y en la siguiente clase hace un resumen y resuelve ejercicios.
No estoy en contra de los vídeos de entrada, pero la explicación en carne mortal del profesor tiene la ventaja de que se puede interrumpir con dudas mientras que el vídeo no. Por otra parte, está el tema de si los chicos ven el vídeo o no y, finalmente, está la discusión de cómo se “trabaja” el tema y qué rendimiento académico obtenemos. ¿Me pueden asegurar que sea mayor o igual que el tradicional?
Por otra parte, ya he hablado en otras entradas (Aprendizaje de película, ¿Volvemos a la Edad Media?) de que abusar del vídeo tiene un efecto negativo en la capacidad de abstracción y en el desarrollo de las competencias en lectura y escritura.
El PLE es la guinda. Responde a la siglas de Personal Learning Environment o entorno personal de aprendizaje y viene a ser el conjunto de recursos de que disponemos para aprender. Para algunos sólo se refiere a recursos digitales como tabletas, blogs, foros, etc. mientras que para otros incluiría la vieja enciclopedia que hay en casa o al abuelo cebolleta que cuenta mil historias. Como descubrimiento no está mal. Yo no sé cómo pude hacer mis estudios sin que mi profesor programara mi PLE.
Después de esta somera enumeración de medios innovadores se hace patente por qué se usa el inglés para referirse a ellos. Si lo decimos en castellano se descubre su vacuidad a la legua. En definitiva, todos estos “palabros” en inglés no son más que métodos, medios para alcanzar el fin que es transmitir conocimientos. Y resulta patético fijarnos en el medio y olvidar el fin. Es como si, cuando se inventó el bolígrafo, nos hubiéramos puesto a hablar del avance de la pedagogía por usar este instrumento en lugar de la tinta y la pluma.
¿Por qué entonces esta proliferación de “innovación educativa”? Creo que en parte la causa la podemos encontrar en el marketing de centros privados y concertados. Al fin y al cabo para subsistir necesitan alumnos y deben competir para llenar sus aulas. No es lo mismo ofrecer exigencia que aprendizaje sin esfuerzo. No es igual una página web ilustrada con pizarras digitales y niños sonrientes que una pizarra tradicional con formulas matemáticas. La web debe ser evocadora y eso lo sabe el gestor educativo...
Y luego están todos aquellos que montan empresas para vender contenidos digitales, tabletas, cursos de coaching y que se hacen ricos “enseñando a enseñar”. Ahora lo que se lleva no es transmitir contenidos (eso ya está en Internet, dicen) sino valores **. ¡JAJA! Bonita excusa para no currar.


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* La educación secundaria en EE.UU. no es buena. La fama de excelencia que tiene el sistema norteamericano viene de la mano de algunas universidades. No todas y sobre todo en su tercer ciclo. Es, por tanto, natural que en EE.UU. alguien haya propuesto que hay que pensar para aprender. Lo que ya no tiene justificación es copiar lo que hacen otros cuando no es adecuado ni conveniente porque nuestro nivel educativo era superior.
** Puestos a transmitir valores, ¿por qué no el primero de ellos que es el del esfuerzo personal? Aseguran que no hay que enseñar lo que está en Internet. Como si en Internet estuviera todo, como si estuviera bien o como si, por estar en Internet, estuviera en mi cabeza.

mochila digital




martes, 13 de febrero de 2018

Mis amigas de la valla del cole

Buena se ha montado entre mis amigas de la valla del cole con la entrada Demasiado espíritu maternal. Ana, Araceli, Elena y Maria (sin tilde) han entrado en resonancia. En realidad están de acuerdo en que se debe mantener el orden en clase pero eso de que les toquen las emociones las revoluciona. Y de paso se ven atacadas en su feminidad como si el exceso de emotividad fuera sólo cosa de ellas.
Vayamos por partes. Primero intentaré demostrar mi afirmación de que la razón debe embridar las emociones y luego hablaré del genio femenino.

A) Las emociones
Sentir miedo, curiosidad o cualquier otra emoción es algo natural, ni bueno ni malo. A veces las emociones nos ayudan y otras nos dificultan. Veamos un par de ejemplos.
Dice Elena, nuestra psicóloga, que la curiosidad nos impulsa a aprender. Y es cierto. Decían los antiguos griegos que la curiosidad está en el origen de la filosofía. Sin embargo, también podemos sentir curiosidad por conocer qué hace la vecina de al lado y eso ya no es tan bueno, es meterse en lo que no nos importa.
Algo semejante podemos decir del miedo. El miedo que sentimos sólo de imaginar que subirnos al pretil de un puente nos libra de sufrir una caída mortal. Sin embargo, el miedo a subir a un avión nos impide hacer cómodamente un viaje.
Como vemos, las emociones son como el viento en la mar: unas veces va a favor y otras en contra pero el rumbo lo debe marcar la razón que señala el lugar al que nos dirigimos.

B) El genio femenino
Mis amigas se han visto señaladas porque se ven a sí mismas como emotivas frente a lo “sosos” que somos los hombres. Ellas se ven intuitivas frente a lo racionales que somos los hombres. Ellas relacionan todo con todo cuando piensan mientras que nosotros solo tenemos abierta una “box” cuando razonamos. Ellas advierten unas diferencias que están ahí.
En realidad, no todo es blanco o negro. Hay hombres más emotivos que otros y más intuitivos que otros y lo mismo sucede con ellas.
Evidentemente el genio femenino es necesario. Por ejemplo, el conocimiento intuitivo es mejor que el discursivo. No en vano santo Tomás de Aquino (anteriormente escribí Aristóteles*) les asigna a los ángeles el conocimiento por intuición. Ahora bien, no todo puede ser intuición porque la intuición a veces falla. Ni todo puede ser tratado de manera concurrente porque se nos van a escapar cosas. Ni siempre hay que seguir las emociones como hemos visto antes.
En definitiva, creo que el genio femenino se debe completar con la “sosería” masculina. Así lo vemos en la naturaleza y parece que funciona bien. Pondré un ejemplo en el que soy protagonista. A mí me ha tocado hacer de padre y de madre. Pues bien, mis hijas mayores me regañan mucho porque con mi hija pequeña sólo hago de madre. Ellas creen (y tienen razón) que debería usar mi lado masculino con más frecuencia en la educación de la benjamina.

P.S.: El debate en la valla del cole nos ha llevado al tema del lenguaje inclusivo y, de rebote, nos ha hecho caer en la cuenta de que ya casi no quedan profesores hombres en el cole... Pero estos asuntos los dejo para otro día.

colegio

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* NOTA (24 de febrero de 2018): 
Hace unos días me asaltó la duda de si Aristóteles se ocupa de los ángeles o no y estuve investigando ya que no está bien eso de difundir errores. Al fin resulta que estaba equivocado. Aristóteles clasificó los tipos de conocimiento (discursivo, intuitivo) y describió cómo es el proceso del conocimiento. A partir de ahí, es santo Tomás de Aquino el que estudia a los ángeles y les asigna el conocimiento intuitivo.



viernes, 9 de febrero de 2018

La memoria (según Alberto Royo)

Acabo de leer la última entrada en el blog de Alberto Royo y no puedo dejar de enlazarlo aquí porque me ha gustado mucho. Habla de la (denostada) memorización en la educación.
La entrada corresponde a una entrevista publicada en el diario LA RAZÓN.
Sin embargo, no me resisto a meter algo relacionado con mi docencia. Todos sabemos que un computador calcula y lo hace mediante unos circuitos llamados operadores. Existen operadores de suma y resta, multiplicación, etc. Evidentemente, operaciones de complejidad creciente requieren operadores más caros y más lentos. Pues bien, llega un momento en el que no compensa, ni en coste ni en velocidad, realizar esos operadores y se recurre a la MEMORIA. Es decir, se guarda una tabla con los valores de una función y se lee el resultado para cada entrada. Así, por ejemplo, es más eficaz evaluar la función trigonométrica seno a partir de una tabla en memoria que usar un operador que sume los elementos de su serie.
A nosotros, igual que al computador, la memoria nos proporciona velocidad y seguridad. Es una herramienta más. ¿Vamos a despreciarla solamente porque cueste un poco introducir los datos?


miércoles, 7 de febrero de 2018

Demasiado espíritu maternal

Mi Cristina tiene 13 años y ayer vino muy enfadada del instituto. Según nos contó, un par de compañeros que pertenecen al grupo etiquetado como “gente tóxica” habían tenido un día especialmente movido en clase de mates. Se estaban portando tan mal que la señorita les amenazó con un parte si no cambiaban su conducta.  La reprimenda no sirvió de nada y no hubo manera de dar clase  –siempre según la versión de mi hija–  pero la señorita no cumplió su promesa de sanción.
Al salir de clase, unas niñas le preguntaron a la profesora por qué no les había puesto el parte a los díscolos y la respuesta fue que ella era madre.
Cristina venía enfadada porque había perdido el tiempo de matemáticas y porque su sentido de la justicia había sido vapuleado apelando al espíritu maternal.
Veo absolutamente natural que mi hija no entienda nada. Con 13 años la justicia todavía se percibe en “blanco y negro”, sin matices, sin atenuantes; y lo maternal simplemente no procede. No obstante, yo, que cuadruplico su edad, tampoco entiendo que el espíritu maternal sea una guía adecuada en la labor docente.
Evidentemente hay que tratar a los alumnos con el respeto debido, reforzando lo positivo e intentando poner el afecto conveniente (ni poco ni demasiado). Pero ver hijos dónde no los hay es patológico y poco efectivo desde un punto de vista educativo. El profesor no puede sustituir al padre o a la madre.
Tengo para mí que hay un exceso de emotividad en la enseñanza (y puede que en nuestra sociedad). El fin de la educación es el conocimiento y una dosis de sentimiento puede estar bien pero un exceso condena al sistema al fracaso.
Los conocimientos van a la razón que es la que debe embridar las emociones y no al revés.

razón o emoción

miércoles, 31 de enero de 2018

La mercantilización de la educación

Nos dice el Diccionario de la Lengua Española que mercantilizar es “convertir en mercantil algo que no lo es de suyo”. Tiene, por tanto, un sentido peyorativo y se ha convertido en una denuncia frecuente en facetas de la vida pública tan sensibles como la sanidad o la educación.
No obstante, a base de utilizar el tema como arma política, la opinión pública ha simplificado el problema de la mercantilización a la alternativa entre prestación pública o privada de un servicio, deslizándose hacia confrontaciones esquemáticas del tipo liberalismo-estatismo, beneficio económico-protección social, ricos-pobres, buenos-malos...
En este sentido, la agencia de opinión ACEPRENSA –de la órbita del Opus Dei– calificaba a Alberto Royo de “antiliberal” en la reseña a “La sociedad gaseosa” por denunciar la mercantilización de la educación (crítica firmada por Fernando Rodríguez-Borlado el 27 de septiembre de 2017).
No defenderé aquí a Alberto porque no lo requiere, pero sí tengo que señalar que la educación se puede convertir en mercancía de muchas maneras. En general, se mercadea con ella cuando el fin no es transmitir conocimiento sino otro, por muy noble que sea.
Podría darse mercantilización en centros privados si el fin es únicamente ganar dinero y para conseguirlo se evalúa al alumnado en función de criterios económicos.
Podría darse mercantilización en centros públicos cuando se baja el nivel académico hasta una ínfima exigencia que no moleste a quien no desea esforzarse. Aquí el fin no es el dinero sino evitar complicarse la vida y, aunque esa comodidad se disfrace de “equidad” y defensa de lo público –camiseta verde incluida–, no deja de ser el blindaje de un estatus.
Podría darse mercantilización en aquellos colegios más interesados en la gloria de las instituciones de las que son imagen pública que en la transmisión de la verdad. En este caso, el fin no es el dinero, ni la comodidad sino la captación de prosélitos que mantengan la maquinaria de la respectiva institución.
En el mundo real, estos supuestos se pueden combinar en diferentes proporciones dando lugar a una panoplia de casos enorme. Evidentemente, no es tarea fácil separar el trigo de la cizaña, pero es responsabilidad tanto de los padres como de la inspección educativa estar atentos a si se promociona el conocimiento, la responsabilidad y la libertad o se busca dinero, estatus o prosélitos.

jueves, 18 de enero de 2018

La calidad

La calidad está de moda. En educación la calidad es lo primero y en la universidad el despliegue de medios para alcanzar los objetivos de calidad es apabullante: comisión de calidad por centro y particulares por titulaciones, informes por asignatura, curso y titulación, acreditación externa de estudios, autoevaluación, plan de formación del profesorado, plan de acción, encuestas, procesos holísticos…
La calidad se encaja en procedimientos y se cuantifica en cifras asumiendo erróneamente que aquello que se expresa de manera numérica es objetivo… ¡Nada más falso! Ahí están las encuestas, cocinadas a gusto del que las encarga, para demostrar que los números por sí mismos no siempre cuentan la verdad.
¡Veamos! En una fábrica de móviles –por poner un ejemplo– los controles de calidad son necesarios para no poner en el mercado un dispositivo defectuoso y ahí las estadísticas nos pueden dar pistas de qué falla. Un análisis prudente indicará dónde hay que mejorar.
Sin embargo, educar no es fabricar móviles. Es algo más humano, más imperfecto y dónde intervienen factores como la libertad, la formación previa, las expectativas personales, el afán de superación, etc. En definitiva, la calidad en educación no es lo mismo que el control de calidad en la fábrica de móviles.
La profusión de “calidad” en la universidad es a menudo sólo metodológica. Parte de la idea de que estableciendo procedimientos de evaluación obtendremos un sistema mejor… pero eso no basta. Es cierto que la obligación de rellenar informes puede servir para encontrar las flaquezas del sistema pero una vez identificadas es necesario tener la voluntad de actuar y la prudencia para hacerlo en el sentido adecuado… Lamentablemente, esa voluntad y esa prudencia son harina de otro costal.
No por más ISO 9001 que se aplique hay más calidad... aunque sí gastaremos más papel.
Lamentablemente, la “calidad” se termina reduciendo a mirar si aprueban muchos o pocos alumnos. Y yo me pregunto, ¿qué tiene que ver el porcentaje de aprobados con la calidad? Ni un porcentaje alto es señal de calidad ni lo es que sea bajo.
Ahora se lleva eso de que el sistema ha de ser eficiente, es decir, que si entran x deben salir casi x ya que de otro modo el sistema no es rentable. Esto es otra falacia. No por dar muchos títulos el sistema funciona mejor de la misma forma que no por dar el visto bueno a todos los móviles, la fábrica va mejor.
En el fondo lo que sucede es que quizá la fábrica (la universidad) necesita ser remodelada o incluso cerrada... pero a ese cierre se resisten muchos. Los hay que necesitan que siga funcionando a toda costa y que lo haga sin dar guerra. Es entonces cuando el despliegue de “calidad” buscará que el número de aprobados crezca para que no falten clientes que llenen las aulas y justifiquen lo bien que viven algunos. Y, en este contexto, la maquinaria de la “calidad” se pone al servicio del control del profesorado.
Un verdadero control de calidad debe tener en cuenta todos los elementos del proceso: cómo llegan los alumnos a la universidad, cómo son los planes de estudio, qué objetivos debemos cubrir… Aprobar a los chicos es fácil: un sencillo ajuste en una curva gaussiana. Lo difícil es que estén bien formados. Si luego van a trabajar de cualquier cosa, ¿para qué gastar dinero en universidades? ¿Dónde está el beneficio social?
Copio de este artículo: “Cada vez hay menos jóvenes y las universidades temen vaciarse, con lo que compiten entre ellas a la baja, especialmente en ciertos títulos, para atraer alumnos con la promesa de que obtendrás el título rápidamente y sin dolor.”
Análisis prudencial y revisión de objetivos y voluntad de mejorar… si no es así dentro de poco el daño a la sociedad será irreparable.