miércoles, 25 de enero de 2017

De Moncloa a la negación de la naturaleza

¡Ya estoy aquí de nuevo! Ha pasado mucho tiempo desde la última entrada pero la cuesta de enero es más empinada de lo que parece: hay que confeccionar los exámenes de final de cuatrimestre para todas las asignaturas (tres en mi caso) y versiones (evaluación final, continua, conjunta, extraordinaria y... ¡vete tú a saber qué más ocurrencias surgirán!), hay que terminar de evaluar trabajos, calificar, revisar, rellenar actas... Además hay que asistir a las reuniones que pretenden organizar el futuro y a aquellas que pretenden evaluar el pasado, sin olvidar las que tienen carácter reivindicativo.
Lo cierto es que la llamada del blog no ha sido sigilosa. No diré que tan fuerte como el influjo del anillo para Frodo pero ahí estaba... cual hidra de múltiples cabezas. En primer lugar mi conciencia que me recordaba la importancia de la constancia en las tareas que uno acomete. En segundo lugar mi hijos en general y las chicas mayores en particular que no dejan de plantearme temas sobre los que escribir. Mis amigas de la valla del cole en tercer lugar, que no sólo me han recordado el tiempo que llevo sin nueva entrada sino que además me exigen que les dedique una a ellas...
Y para colmo, me encuentro con Dani en Moncloa y me habla del blog. Tengo que reconocer que esto no me lo esperaba y ha sido el desencadenante de que, por fin, me siente a escribir. Dani fue compañero de estudios en la Complutense y hacía unos 2 años que no le veía. Gracias a Juan, que reunió a la promoción cuando cumplimos 25 años de licenciados, nos vemos con más frecuencia y siempre es un auténtico placer compartir un rato con mis antiguos compañeros.
Con cierto grado de socarronería, se sorprendió Dani de que haya gente con tiempo de reflexionar en un blog. Y no le falta razón. No obstante, aparcando las urgencias de mis tareas académicas regreso con el ánimo de publicar a los cuatro vientos la importancia de reflexionar sobre lo que hacemos y lo que experimentamos... No vaya a ser que terminemos siendo como esas algas del fondo marino que se mueven a un lado u otro según marca la corriente... o, peor aún, como nuestros políticos que son “seguidores de encuestas” en lugar de auténticos líderes que guían la sociedad buscando su bien.
Claro que para buscar el bien hay que saber. Y para saber hay que estudiar y pensar. Y estudiar y pensar cuesta esfuerzo. ¡Así es por naturaleza!
¡Vaya! Con la naturaleza hemos topado. Mi hija Nieves, que está cursando una asignatura de filosofía, me decía hace unos días que ella cree que la forma de ser de las cosas se debe a su naturaleza pero que hay gente que lo niega. En opinión de Nieves la experiencia corrobora que cada ser se manifiesta según su modo y no le cabe en la cabeza que se niegue la evidencia.
Lo primero que tengo que decir es que estoy contentísimo de que mi hija (y espero que sus compañeros) tengan la oportunidad de reflexionar acerca de cuestiones filosóficas. Hoy en día, las materias antropológicas han sido relegadas en los planes de estudio a favor de materias de orden tecnológico con la mezquina intención de que los chicos adquieran unas destrezas que puede que les faciliten la “empleabilidad” pero no les van a propiciar ser más libres. Es la filosofía, la historia, el dominio del lenguaje, el amor por la lectura, la capacidad de estudio y la sana curiosidad lo que les garantiza la libertad. El acceso a las “autopistas del conocimiento”, la conexión a Internet o el último modelo de móvil no nos hacen más libres. ¡Ni siquiera más informados!
Que los seres obran según su naturaleza ya lo dijo Tomás de Aquino si no recuerdo mal y que nuestro conocimiento debe basarse en la abstracción a partir de la experiencia creo que es más antiguo aún ya que lo predicaba Aristóteles. Sin embargo, la hipótesis de que no existe la naturaleza de los seres es más moderno y “mola mazo” ya que si no hay naturaleza todo se hace cómo a mí me interese en cada caso. La negación de la naturaleza es una idea respetable pero tanto como la idea que defiende Nieves de que sí existe.
En el tema de la educación, la naturaleza de las personas es tal que adquirir conocimiento está asociado al esfuerzo. Negar esto “mola” porque así cambiamos esfuerzo por motivación y la responsabilidad del aprendizaje se la colgamos al docente... ¡que para eso le pagan!

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