martes, 28 de marzo de 2017

Algo de teoría

Me pidió Bea que escribiera “algo teórico”. Se lo debo desde hace tiempo pero de hoy no pasa. ¡Va por su cumple!
Se habla mucho de educación pero, ¿qué es eso de aprender? No soy un experto en el tema pero me lo he currado. Ojalá me lleguen comentarios que me ayuden a saber más.
El aprendizaje es el proceso a través del cual se adquieren conocimientos, destrezas, valores y actitudes. Esa adquisición es el resultado de la contribución de una variedad de actividades tales como la observación, la experiencia, el estudio, el entrenamiento, el razonamiento, la emulación, la curiosidad… Asumimos que es dinámico, supone cambio constante y no tiene conclusión ya que abarca toda la vida de una persona.
El aprendizaje, en su acepción más general, puede verse como un mecanismo de adaptación al medio y, en este sentido, es común al ser humano, a los animales e incluso a sistemas artificiales. No obstante, en el caso del ser humano el aprendizaje faculta a la persona para guiar su conducta adecuadamente como resultado de una óptima evaluación de cada situación. A diferencia de animales y sistema artificiales, en el ser humano existe intencionalidad, es decir, capacidad de darse el fin y por tanto libertad. Tanto animales como sistema artificiales están programados, no son libres. Los primeros están programados por el instinto mientras que los segundos siguen secuencias de instrucciones cuya traza está marcada por bifurcaciones preestablecidas. No se puede entender el aprendizaje humano si se separa de su libertad.
El objeto del aprendizaje es tan extenso, profundo y complejo como la realidad de cada persona. Incluye tanto destrezas elementales como usar los cubiertos hasta facultades tan espirituales como las relacionadas con la sensibilidad artística. Engloba desde aspectos prosaicos como el modo de vestir a principios morales a los que se atiene cada cual. El resultado del aprendizaje es singular en cada persona como consecuencia de las circunstancias de su propio proceso, de sus gustos e inclinaciones, su modo de ser y su libertad. En consecuencia, a pesar de que existen factores culturales comunes, cada persona es única e insondable.
El aprendizaje humano es social y se desarrolla de manera paralela en diferentes entornos: la familia, los amigos, los centros de estudio... La célula básica de la sociedad es la familia y constituye el núcleo central del aprendizaje. Un entorno en el que las relaciones deberían estar presididas por el cariño y la seguridad. Según la persona crece, el proceso de aprendizaje progresa en un ámbito social cada vez más extenso y presumiblemente enriquecedor. Con el paso de los siglos, se ha establecido la enseñanza intencional (escuela, universidad) con el fin de formar a las personas en todas aquellas disciplinas que facultan a los seres humanos para alcanzar sus objetivos y que difícilmente se pueden conseguir en la familia. Esta enseñanza intencional se articula en niveles por edades y agrupa los conocimientos en asignaturas.
Si el aprendizaje es social, estaremos de acuerdo en que la comunicación es un pilar fundamental. Por eso, en los primeros niveles de la enseñanza intencional hemos de esforzarnos por proporcionar las mejores destrezas relativas a la comunicación ya que un déficit de las mismas será un lastre en el futuro. Sin embargo, según subimos de nivel cuesta más ponerse de acuerdo en los contenidos que deben ser incluidos en los planes de estudio seguramente como consecuencia de la disparidad de criterio a la hora de identificar los objetivos del ser humano.
Lo que está claro es que los conocimientos contenidos en las asignaturas, sean las que sean, se han alcanzado con el esfuerzo de muchos hombres y mujeres a lo largo de mucho tiempo. Por poner un ejemplo, la geometría es una disciplina en la que encontramos contribuciones desde hace más de 3.000 años hasta nuestros días. La enseñanza intencional consigue presentar en muy poco tiempo lo que a la Humanidad le ha llevado siglos. Muchas veces perdemos de vista el extraordinario avance que supone contar con un profesor que te ahorra el aprendizaje por descubrimiento. En este sentido, podríamos diferenciar dentro del objeto del aprendizaje, aquellos elementos que representan conocimientos acumulativos de aquellos que no lo son. Respecto a los conocimientos acumulativos nunca nos situamos en la línea de salida: hoy sabemos más geometría, más física o más biología que generaciones pasadas.
No obstante, una cosa es que los conocimientos estén ahí, en libros o en Internet, y otra cosa es que los hayamos interiorizado. Saber que puedo encontrar información sobre geometría en Internet no significa que yo sepa geometría. El proceso de aprendizaje de la geometría supone memorizar unos conocimientos, ser capaz de relacionarlos y poder aplicarlos. Y este proceso supone un trabajo. Es consustancial al proceso de aprendizaje el esfuerzo que lleva emparejado. Evidentemente, este esfuerzo depende del objeto, de las circunstancias y de la personalidad... pero es insoslayable. Negar que hay que esforzarse para aprender es tanto como negar la naturaleza humana. Si existiera un modo automático para aprender –aunque sea desconocido hoy por hoy– entonces seríamos omniscientes, acto puro en cuanto al conocimiento, dioses al fin y al cabo... Pero, afortunadamente, ¡la ciencia infusa no existe!
Evidentemente, el interés, la motivación, la experiencia y la inteligencia son factores que ayudan a aprender minimizando el trabajo o dándole sentido. Y, por contra, la desatención, las deficiencias cognitivas o la falta de expectativas acrecientan el coste del aprendizaje. Sin embargo, tanto con viento a favor como con viento en contra, es necesario que exista voluntad de aprender. La persona debe empeñar su voluntad de manera que para aprender hay que querer aprender. Y negar esto es negar la libertad del ser humano pues es negar la intencionalidad de nuestros actos y nuestra capacidad de darnos el fin.
Ya he dicho que cada ser humano es único e insondable. Los resultados del proceso de aprendizaje en cada persona dependen de tantos factores que es un misterio conocer el impacto de cada uno de ellos. Por eso me suena ridículo oír hablar a los charlatanes de la pseudopedagogía de recetas uniformizadoras como si la educación fuera igual a montar una fábrica de lavadoras. Viktor Frankl, que estuvo en varios campos de concentración nazis, se admiraba de que hombres sometidos a las mismas crueldades reaccionaran de manera absolutamente diferente. Afortunadamente, ¡no todos somos iguales!
La enseñanza intencional es sólo una parte del proceso de aprendizaje y debe ser respetuosa con el resto de ámbitos en los que se desarrolla la personalidad de cada uno sin invadir lo que no le compete. De lo contrario corre el riesgo de faltar a la libertad. Y, a la vez, debe favorecer el mérito y el esfuerzo como elementos de impulso social... pero esto lo dejo para otra entrada porque ya me he alargado más de lo que quería.




lunes, 13 de marzo de 2017

El Ratoncito Pérez

Me cuenta mi hija Cris que el Ratoncito Pérez sigue visitando a sus compañeras de clase en 1º de ESO y, la verdad, es que me he quedado un poco asombrado. Cuando yo era pequeño, si no recuerdo mal, el ratoncito sólo te visitaba con la caída del primer diente de leche. Claro que, como soy muy mayor, eran otros tiempos: achuchados, oscuros, llenos de restricciones y, sobre todo, predemocráticos...
Se ve que con el advenimiento del Estado del Bienestar, los derechos de los niños se ha extendido a todas las piezas de leche y el trabajo del pequeño roedor no acaba hasta bien entrados los 13 años con el recambio del último molar. Se supone, evidentemente, que la partida presupuestaria con la que se ha dotado este derecho se habrá ido incrementando adecuadamente para evitar disfunciones, falta de equidad y discriminaciones.
No obstante, creo que no está de más reflexionar un poco. ¿No parece anacrónico hacer trabajar al Pérez tanto tiempo? Al mismo tiempo que a estos niños se les hace vivir en el mundo onírico del comprador de dientes, se les permite ver en televisión cualquier cosa, reciben en el instituto información sexual “avanzada” y participan del mundo de los adultos con muchas otras experiencias que no voy a enumerar. O son niños pequeños o no... pero no vale tratarlos de dos maneras diferentes según nos convenga... ¡¡¡porque les volvemos locos!!!
Los papás y mamás de mi entorno lo hemos hablado muchas veces: parece que hay una esquizofrenia rampante en nuestra sociedad. Por un lado, tenemos la sensación de que en cuanto los niños llegan al instituto, sus familias dan por concluido el acompañamiento necesario en la infancia, desconectan de sus hijos y los obligan a navegar solos como si fueran adultos. Y por otro, se sustituye la atención y el cariño por una malentendida extensión de derechos que les proporciona una vida acolchada llena de ratoncitos Pérez, dispositivos electrónicos, diversión, permisividad y... ¡falta de control!
Por un lado se otorga a los chicos todos los derechos de los adultos pero por otro lado se les evitan todas las responsabilidades y deberes que conlleva la madurez. Parece que la atención y el cariño consisten en llevar a la familia el Estado del Bienestar satisfaciendo una cartera de beneficios cada vez más amplia. Sin embargo, la primera manifestación del cariño, que es la educación en la virtud y en la responsabilidad, brilla por su ausencia. Los chicos necesitan saber que existen reglas y límites, que hay derechos y deberes. La señal más cierta de que les queremos es saber decir “no” cuando es debido.
Se habla de la “primarización de la secundaria” como uno de los problemas de la educación en España. El proceso de aprendizaje requiere esfuerzo, responsabilidad en los deberes. Ahora bien, si los padres fomentamos los derechos de los chicos y les hacemos creer que no existen deberes, es inmediato deslizarse hacía esa “primarización”.
Y me pregunto, ¿se está hablando en la subcomisión del Congreso de los Diputados por el pacto educativo de las obligaciones de los alumnos? Porque igual que necesitamos mejores profesores también necesitamos mejores alumnos.

Infografía Miguel R.