La prevención de riesgos laborales engloba todas aquellas disciplinas y acciones destinadas a conseguir unas condiciones adecuadas de vida y de trabajo que eviten los accidentes y las enfermedades profesionales. Es decir, hoy en día no se trata sólo de producir sino de hacerlo en un entorno digno que evite los riesgos y fomente un estilo de vida saludable.
Pues bien, a veces pienso que el profesor es el único profesional al que la sociedad empuja a trabajar en unas condiciones inadecuadas sin ningún atisbo de remordimiento colectivo. Sobre el papel, el trabajo del profesor es enseñar pero en la práctica es muy habitual que no se le permita hacer esta labor ya que el ambiente en clase no es el adecuado: los alumnos no prestan atención, no se respeta la autoridad del profesor, no se hacen las tareas encomendadas, no se puede expulsar a un alumno díscolo, las familias no apoyan al profesor, los padres atacan al profesor por cualquier causa, etc.
Es evidente que las condiciones en las que desarrolla el trabajo del profesor no son las oportunas pero en lugar de fomentar que sí lo sean sucede todo lo contrario: se le exige al docente que cuente con dotes especiales para “motivar” a los alumnos, que consiga mantener el orden y el silencio en clase sin el debido respaldo de los padres de los chicos, que mande la cantidad de deberes suficiente para que hagan algo en casa sin “agobiarse” y sin “molestar” a sus progenitores... y todo ello sin autoritarismo, con talante dialogante y “enrollado”.
Todas esas dotes especiales (que no figuran entre los atributos esenciales del profesor) se envuelven en la hermosa exigencia de que el docente ha de tener “vocación”. Así, para nuestra sociedad, si quieres ser profesor has que tener vocación docente... que es tanto como decir, “tienes que hacer que mi hijo aprenda aunque yo no lo haya educado, ni le exija, ni le obligue a portarse bien”.
¡Vamos! Que ser profesor es algo así como ser cura o misionero. Pero eso es una falacia de dimensiones galácticas. Pongamos el caso de un cura como arquetipo de vida de servicio. Se supone que tiene vocación pero si cuando se dispone a celebrar misa encuentra que sus feligreses, en lugar de guardar un comportamiento digno, se dedican a hablar y a tirarse pelotitas hechas con estampas de santos, todos comprenderemos que dé por finalizado el servicio y desaloje el templo de maleducados.
En nuestra sociedad, tener vocación de profesor no es equivalente, entonces, a sentir la llamada a enseñar sino que es equivalente a que dejarse humillar y faltar al respeto aunque no te permitan enseñar nada.
Que nuestra educación va mal es un hecho incontestable. Que la causa está en una sociedad enferma creo que es bastante verosímil.
En nuestra sociedad, tener vocación de profesor no es equivalente, entonces, a sentir la llamada a enseñar sino que es equivalente a que dejarse humillar y faltar al respeto aunque no te permitan enseñar nada.
Que nuestra educación va mal es un hecho incontestable. Que la causa está en una sociedad enferma creo que es bastante verosímil.
Doy fe de que en el aula se prueba mi imaginación, busco entre mis dotes teatrales y musicales, además de artísticas, e informáticas, y en todas ellas tengo mucho que aprender si quiero llegar a mi alumnos. Pero es lo que tenemos y estoy ilusionada por seguir aprendiendo para mejorar entre todos el futuro de nuestros hijos. Gracias y Felicidades ¡¡¡GJC
ResponderEliminarCiertamente alcanzar esas dotes especiales llega a convertirse en un reto enriquecedor para el docente. Lo malo es que en la escuela moderna parece que debe prevalecer el derecho del alborotador a molestar al derecho del profesor a reclamar atención ya que sino el profesor es acusado de retrógado. Y los "infinitos" derechos del alumno lo único que consiguen son personas irresponsables e inmaduras, incapaces de atenerse a una mínina disciplina.
Eliminar¡Ah! Y muchas gracias por tu comentario y tu original felicitación, GJC.
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