La cursilería está de moda y el mundillo académico no iba a ser ajeno a esta forma de afectación. Seguro que habrán escuchado eso de que "formamos alumnos para profesiones que aún no existen". ¡Valiente chorrada!
¡Pues claro! Siempre que llevamos a cabo una tarea con proyección de futuro, como, evidentemente, lo es la formación de los jóvenes, lo hacemos sin conocimiento del porvenir, pues no somos adivinos, ¡gracias a Dios!
Los cursis, que adornan su intervención en un acto con esta patochada, manifiestan, sin percatarse, su necedad e insolvencia. Como no saben qué decir, acuden a los lugares comunes de la impostada erudición.
Lo único cierto, si queremos formar bien a los chicos para profesiones conocidas o por inventar, es realizar una correcta identificación de objetivos académicos, que habrán de plasmarse en una planificación docente basada, necesariamente, en conocimientos actuales.
Hacinar asignaturas sin sentido o dejar que los alumnos "sean protagonistas" (otra cursilada) de su proceso de enseñanza-aprendizaje, no es más que justificar la indolencia de los (ir)responsables académicos, que abandonan a los estudiantes a su destino, mientras ellos viven del cuento.
Si queremos avanzar en el conocimiento, es indispensable saber lo que han hecho otros, para, desde ahí, seguir construyendo. Pretender ser perito de lo desconocido sin dominar lo conocido, es de cretinos o ilusos.
La cursilería tiene mucho de mentira, postureo y presunción. Enumero algunas de estas falsedades que tanto venden hoy en día:
- cambiar la didáctica por la pedagogía: en lugar de ofrecer un hilo conductor al estudiante, para que sea capaz de comprender la materia, el profesor que no se la sabe, se centra en los métodos, tan innovadores como ineficaces, atribuyéndoles la gracia de infundir conocimiento por sí mismos
- confundir burocratización con calidad: sin reparar en el cartesianismo que subyace, muchos piensan que los procedimientos (métodos) aseguran la calidad, cuando lo único que garantizan es el consumo de papel y de tiempo
- sustituir el estudio por la investigación, y ésta por las publicaciones: después de la docencia, el primer deber del profesor es estudiar, pero muchos se dedican a "investigar" sin saberse la lección y terminan captando alumnos para que les hagan los artículos que publican, sin enseñarles nada
- desertar de la tiza para emplearse en la gestión: la docencia, como cualquier tarea eminentemente antropológica, es fatigosa, pues nunca está garantizado el éxito completo y, por ello, muchos de estos cursis la abandonan para dedicarse a la burocracia, una manera de entretenerse, aparentando que se trabaja mucho en servicio a los demás
- los profesores vocacionales: esos que proclaman su llamada, para terminar desertando de la tiza o justificar que no dan ni palo al agua
Los profesores vocacionales
Esta categoría de caradura merece una entrada por sí misma. Apelar a la vocación tiene ese algo de misticismo que siempre atrae al cursi. Evoca una llamada, una misión para la que, normalmente, el comendador otorga los medios. El que dice tener vocación, nos quiere convencer de que ha sido elegido y de que es bueno en lo suyo, pues ha recibido las gracias necesarias para acometer su elevado encargo.
No diré que no haya casos vocacionales, pero la mayor parte de los que se arrogan semejante distinción, son unos farsantes. Además de la vocación, hace falta trabajo, esfuerzo y continua preparación. Se puede haber recibido la llamada para la docencia, la investigación o la interpretación musical, pero si no se trabaja, lo normal es que se caiga en la chapuza.
Algunos de estos embaucadores son unos completos desertores de la tiza y unos vagos redomados, como aquel que en un Consejo de Departamento nos reveló que el auténtico profesor no necesita hacer exámenes, pues ve en los ojos del alumno si ha superado la materia.
Yo, con total sinceridad, me declaro profesor sin vocación.