Si a un profesor normal le dicen que para dar clase sobre la literatura del Siglo de Oro ha de vestirse como el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha o que para explicar electrónica digital tiene que disfrazarse de electrón, inmediatamente pensaría que el interlocutor es tonto o que le han tendido una trampa en un episodio de cámara oculta.
Sin embargo, en la Universidad de Alcalá se ha propuesto un grupo de innovación docente denominado “La indumentaria histórica como recurso de aprendizaje innovador e interdisciplinar” que ha sido sometido a la sesuda evaluación del pertinente consejo asesor en convocatoria “oficial” del ministerio, ¡perdón!, del Vicerrectorado de Innovación Docente, de manera que la estupidez se ha sustanciado en acto administrativo, pasando automáticamente del mundo de las tontunas a materia burocrática.
Gracias a Dios, y a algún inusual destello de lucidez, dicho grupo ha sido calificado como “no favorable” terminando, por ahora, el recorrido de la bobada, aunque no deberíamos descartar que en la siguiente convocatoria pudiera salir adelante, porque lo importante es ir preparado al personal, poco a poco, para que acepte la estulticia como genialidad.
Otros grupos de innovación docente no le andan a la zaga: "Inteligencia colectiva aplicada a la evaluación", "Reflexión y coordinación: innovar en la docencia de la telecomunicación", "Retos del docente en ingeniería química y ambiental", "Supremas", "Guadalajara laboratorio real de aprendizaje docente", "Grupo de innovación docente para el compromiso y liderazgo a través de la innovación y la orientación", "Interpretación interdisciplinar de la edad media para la educación en competencias. Hita y su arcipreste", "Enseñando programación para el desarrollo sostenible" (aquí habría que fichar a Begoña Gómez) y un largo etcétera.
El lector ya se habrá dado cuenta de que no hace falta que el nombre del grupo identifique nada razonable, sino que basta con mezclar de una manera más o menos ingeniosa los términos mágicos "innovación" e "interdiciplinar" y los archiconocidos "gamificación", "flipped learning" o "clase invertida" —que he evitado seleccionar en la recopilación anterior por manidos— para evocar el aroma de la elusiva ciencia infusa y caer rendidos a la seducción de lo novedoso. Todo falso y peligroso cual sirenas de Ulises en la Odisea.
Estos grupitos no sirven para nada y lo sabe todo el mundo, pero en la Universidad de Alcalá son necesarios para superar el programa de evaluación de la calidad docente (DOCENTIA) y por eso hay tanta demanda. Llevamos años innovando en estas bobadas y ninguna se ha trasladado a las aulas, salvo la clase invertida que básicamente se concreta en decirles a los alumnos: tú te lo estudias por tu cuenta y yo vengo a clase a resolver dudas, es decir, a cobrar sin trabajar. ¡Fantástico!
Lo peor de todo es que este culto a la estulticia crea todo un órgano administrativo con su vicerrector y organigrama completo de cargos académicos y servicio de personal administrativo, su Consejo Asesor del Centro de Apoyo a la Innovación Docente y Estudios Online-IDEO (ahí es nada) y toda su parafernalia. Cada curso académico se abren convocatorias de creación, evaluación y seguimiento de grupos de innovación docente y de proyectos de innovación docente, en las que se procesan decenas de expedientes en interminables procedimientos que aseguran el entretenimiento de mucha gente.
Al vestir la estupidez de burocracia se mitiga bastante la natural repulsa que produce este disparate, provocando que caigan más cretinos en sus redes. A final, todo este trabajo en balde, de solicitantes y evaluadores, detrae recursos económicos y personales con el único fin de mantener un teatrillo absolutamente estéril de falsa erudición. Y, mientras, los rectores piden más dinero, porque dicen que no les llega con la financiación pública que se les pasa, sin rendir cuentas, como sería deseable, parapetados en el derecho a la autonomía universitaria. Un descarado y absoluto fraude a la sociedad.
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